Una de las celebraciones más esperadas por los mexicanos es sin duda, el Día de Muertos, que en realidad son dos jornadas. El primero para los angelitos y el dia 2 para los adultos de la familia.

Es común observar a miles de personas recorriendo los cementerios, con ramos de flores, objetos personales del ser querido que ha fallecido para entregar como ofrenda. Los visitantes comentaron que es muy nostálgico este día porque llegan las emociones encontradas y dan muchas ganas de llorar recordando a quienes se dieron y nos dejaron en soledad. 

En la época prehispánica el culto a la muerte era uno de los elementos básicos de la cultura, cuando alguien moría era enterrado envuelto en un petate y sus familiares organizaban una fiesta con el fin de guiarlo en su recorrido, asimismo, le colocaban comida que le agradaba en vida, con la creencia de que podría llegar a sentir hambre.

Desafortunadamente, la muerte de alguien a quien amamos nunca se olvida y siempre permanecen en nuestros corazones, hay quienes los visitan una o dos veces al mes, otros acuden año tras año y este día permanecen desde que amanece hasta que cae la noche con la ilusión de sentir la presencia de su ser querido.

En esta celebración, la muerte no representa una ausencia sino una presencia viva; la muerte es un símbolo de la vida que se materializa en el altar ofrecido. En este sentido se trata de una celebración que conlleva una gran trascendencia popular.

De acuerdo con el calendario católico, el 1 de noviembre corresponde a todos los Santos, día dedicado a los “muertos chiquitos” o niños, y el día 2 de noviembre a los fieles difuntos, es decir, a los adultos

Cada año muchas familias colocan ofrendas y altares decorados con flores de cempasúchil, papel picado, calaveritas de azúcar, pan de muerto, mole o algún platillo que le gustaba a sus familiares a quien va dedicada la ofrenda, y al igual que en tiempos prehispánicos, se coloca incienso para aromatizar el lugar.

Las festividades incluyen adornar las tumbas con flores y muchas ocasiones hacer altares sobre las lápidas, lo que en épocas indígenas tenía un gran significado porque se pensaba que ayudaba a conducir a las ánimas a transitar por un buen camino tras la muerte.

Por: Víctor Salas