Fue construida en 1855 como residencia para los ingenieros y supervisores de una compañía fundidora del Reino Unido, sin embargo, fue su tercer dueño, Juan Nepomuceno Flores, el que la transformó en un palacio, se trata de la Hacienda Ferrería de las Flores.
Este poderoso terrateniente tenía 99 haciendas por todo México, y en los portales de todas ellas hacía colocar la frase “Dios de bondad protégenos”.
La hacienda cuenta con una capilla propia que rinde tributo a la Virgen del Refugio, y la arcada de su patio central es de medio punto, es decir, la forman arcos con semicírculos perfectos de acuerdo a los gustos arquitectónicos de la época, incluso es de vital importancia expresar que a un costado de la recámara principal se encuentra un cementerio, en cuyo lugar están los restos de uno de sus hijos.
En el museo de la exhacienda de Ferrería se exhiben muebles utilizados en la época de Juan Nepomuceno Flores, más no son los originales, ya que en 1990 la hacienda sufrió un incendio y buena parte de su mobiliario se perdió. Las caballerizas se rodean de un impresionante jardín y cerca del lugar hay una alberca.
Al respecto, Jatziri Castañeda, guía turístico en dicho inmueble, expresó que entre semana tiene entre 15 a 20 personas, sin embargo hay ocasiones que las escuelas traen a sus alumnos y les realizamos un recorrido, hay ocasiones que llegan hasta 400 alumnos. Asimismo, dijo que los fines de semana hay afluencia de 30 a 40 personas por día. El horario para visitar el lugar es de 10:00 a 18:00 horas, de martes a domingo, se pide una cuota de recuperación de cinco pesos para niños y 10 pesos para adultos.
La cocina de la hacienda aún conserva sus techos altos, tarjas, mesas, azulejos y algunas piezas del mobiliario de la época. Al lado de la cocina se localiza el viejo zarzo, un espacio dedicado a la refrigeración de los alimentos, y caminando un poco más podrás acceder a un pasillo que conecta con las caballerizas.
La razón de ser de la Hacienda la Ferrería es el actual Parque Fundidora, el cual forma parte de los vestigios de la antigua Fundidora Ferrería de Flores, la segunda más importante de América Latina por su producción. Esta se encargaba de procesar el metal traído desde el Cerro de Mercado en carretas conocidas como tronos.
Se calcula que 70 personas trabajaban en el encendido y funcionamiento del horno de donde salía el metal listo para ser martillado y moldeado en sus talleres.
Por: Víctor Salas