Por: Eduardo Ortega Solano

Me pregunto si alguien podría saber, o al menos tener un cálculo aproximado, de cuál es el número de almas que han transitado por los pasillos de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED). ¿Para cuántos de nosotros ha sido determinante, o al menos influyente, el paso por sus aulas? ¿Quién de nosotros es capaz de entender su “yo actual” sin tomar en cuenta su “yo universitario”? Han transcurrido casi 170 años desde que surgió nuestra gloriosa Alma Mater con el nombre de Colegio Civil, en 1856, que años después se convertiría en el “Instituto del Estado”. Tras la muerte del Benemérito de las Américas, este cambió nuevamente su nombre a “Instituto Juárez” en 1872, por petición de maestros y estudiantes, quienes buscaban honrar de esta manera la memoria de Benito Juárez García. Fue precisamente en el natalicio número 151, el 21 de marzo de 1957, cuando el entonces gobernador Francisco González de la Vega le otorgó el rango de universidad, siendo el Lic. Ángel Rodríguez Solórzano el último rector del Instituto Juárez y a su vez el primer rector de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED).

A lo largo de este tiempo, 15 personas han ostentado el honroso cargo de rector de nuestra máxima casa de estudios. En este abanico, encontramos a quien permaneció en el puesto  más de 12 años, junto con quien no duró más de siete días, así como al encargado de despacho que, a pesar de haber iniciado las invitaciones  a quienes lo acompañarían en su gestión, no pudo permanecer en el cargo más de un día. No en pocas ocasiones el encargo ha sido difícil y complicado. Basta recordar la gestión de Francisco García Guerrero, a quien se le presentaron problemas tan graves que fue destituido por el Consejo Universitario dos años después de su nombramiento, o la renuncia de Juan Francisco Salazar Benítez como resultado de la crisis de la llamada huelga de los 100 días. Estos son solo  ejemplos de las adversidades que han enfrentado varios de los rectores.

La UJED es un ente vivo, variopinto y plural, donde la diversidad de opiniones es la norma. Quien pretenda dirigirla debe contar con características muy especiales. Un punto fundamental es el liderazgo que pueda ejercer dentro de la comunidad universitaria, una cualidad que el Dr. Ramón García Rivera, quien desde el 14 de diciembre se convirtió en el decimosexto rector de la universidad, cumple cabalmente. Basta recordar que, para su inscripción como candidato, contó con el respaldo de mil 600 firmas de las dos mil 200 que conforman el Consejo Universitario, además del apoyo del 98% de los directores de escuelas y facultades. El día de la elección, con una participación del 78.31%, obtuvo el 93.94% de los votos emitidos. Estos resultados descalifican de manera contundente cualquier argumento en  contra de la elección del nuevo rector por parte de adversarios y detractores.

Los retos que deberá afrontar el rector al frente de la máxima casa de estudios son enormes, por lo que la selección de hombres y mujeres que lo acompañarán en esta travesía es trascendental. La elección de sus primeros 10 colaboradores fue recibida con buenos ojos por la comunidad universitaria. Me honro en contar con la amistad de tres de los nuevos funcionarios. Todos poseen una amplia trayectoria en la universidad, cuentan con posgrados, prestigio y buena fama pública. Si todos son de la calidad de mis amigos, el Dr. Jorge Cisneros, el Dr. Alberto De La Rosa y el Mtro. Cristhian Salazar, sin duda es un buen inicio para esta nueva administración.

El nuevo rector deberá romper con la inercia de la universidad, que hasta hoy se ha limitado principalmente a formar profesionistas y enfocarse también en la investigación y la generación de conocimiento. Será necesario ampliar la oferta educativa, reducir la deserción escolar e impulsar el arte, la ciencia y la cultura. Asimismo, deberá cerrar la brecha digital mediante el suministro de más herramientas tecnológicas y fortalecer la identidad universitaria para recuperar el orgullo de pertenencia.

Entre las tareas más importantes estarán erradicar las irregularidades, como la existencia de aviadores y el favoritismo, además de convertir a la universidad en un verdadero agente de cambio para la sociedad. También será clave mejorar la gestión financiera, garantizando la estabilidad económica sin afectar la autonomía universitaria. Para ello, se requerirá trabajar en equipo y buscar el apoyo del gobernador Esteban Villegas, pero siempre preservando la independencia de la institución.