Por: Eduardo Ortega Solano

No son pocas las ocasiones que mencionamos que las alianzas del PRD con el PAN, bautizadas por su exdirigente nacional Agustín Basave como “alianzas de subsistencia”, serían a la postre el motivo de la extinción del partido del Sol Azteca, cosa muy lamentable por el papel trascendental que jugó este instituto político en el avance democrático de México. Y es que esta alianza antinatura dejó en la orfandad y ofendió a miles de militantes de izquierda, que como única posibilidad encontraron integrarse al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

El proceso electoral del 2018 había dado visos muy claros del rechazo de la ciudadanía a esta alianza, que la oligarquía partidista obnubilada con las prerrogativas, privilegios y poder prefirieron dejar de ver, es otra cosa. Estaba muy claro, los otrora coligados del PAN, PRD y MC que formaron la coalición electoral “Por México al Frente”, llevando como candidato presidencial a Ricardo Anaya obtuvieron un 22.28%. Un 17.66 % para Acción Nacional, 1.79% para Movimiento Ciudadano y 2.83% para el Partido de la Revolución Democrática. Tanto el PRD como MC obtuvieron menos del 3%, porcentaje mínimo de votación para conservar el registro, lo cual lograron gracias a la transferencia de votos que en ese momento estaba permitida.

Para Movimiento Ciudadano fue muy comprensible la ruta para el 2024. Si bien no fueron muy claros en sus propuestas de campaña y no tenían la menor posibilidad de ganar la contienda, pudieron sumar a su incipiente capital político a los que no querían votar por Morena por “Fuerza y Corazón por México”, de esta manera lograron tener un crecimiento exponencial, obteniendo un 10.32%, además de convertirse en la tercera fuerza electoral, desplazando al Revolucionario Institucional al cuarto lugar. Soy un convencido de que, si el PRD hubiera ido en solitario, no solo podía conservar el registro, sino que, además, habría empezado su reconstrucción y comenzar a verse como una opción, en lugar de una rémora azul tal como terminó.

El Partido Acción Nacional surgió para oponerse a la educación socialista, el reparto agrario y la expropiación petrolera del Gobierno que llamaban “comunistoide” de Lázaro Cárdenas, opositores a ultranza e ideológicamente antagónicos al Partido de la Revolución Mexicana, antecesor del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Sin embargo, el tricolor con el paso de los años y presidentes de la República fue mutando, moviéndose al centro y posteriormente a la derecha y al neoliberalismo, términos que hoy pueden sonar peyorativos por la diaria descalificación que sufren desde Palacio Nacional, pero el comportamiento de los gobiernos del PRI desde de la Madrid a Peña Nieto así los ubican. Con acciones como la privatización de Telmex, Aeromexico, Bancos, mineras, cementeras, entre otras, y no se puede omitir el Tratado de Libre Comercio, además, la flexibilización laboral y la subcontratación, fomentar la inversión privada, todas las reformas estructurales plasmadas en el “Pacto por México” fundamentalmente la inversión privada en temas de energía, son planteamientos de gobiernos de derecha.

Si bien es cierto que los orígenes del PRI y el PAN son antípodos, hoy en la práctica son mucho mayor las coincidencias que las diferencias. El aforismo de los panistas que “tendrían que ser diferentes y distinguibles” es letra muerta. Hoy el pragmatismo en la política está más vigente que nunca, de otra forma es mera ilusión. Desde hace muchos años el PRI y el PAN han vivido un amasiato, con alianzas de facto, concertacesiones y acuerdos bajo la mesa, ese tiempo ya pasó, hoy las alianzas formales son bien vistas por la ciudadanía, la gran derrota que sufrieron fue por privilegiar los ataques y la falta de propuestas, no por la alianza.

Los aspirantes a la dirigencia nacional del PAN, Jorge Romero, Adriana Dávila Fernández, Damián Zepeda Vidales y Kenia López Rabadán, están calificando como incongruencia, como error histórico, la alianza con el PRI, pero el que hacía el mal tercio era el PRD. Esta alianza formal es como un matrimonio eclesiástico: “hasta que la muerte los separe” o pierdan el registro.  Para bien o para mal, la alianza formal fue un camino sin retorno.