Por: Eduardo Ortega Solano

Dentro del ámbito de los procesos electorales, los estrategas de campaña deben trabajar en dos vertientes. Una de ellas busca ganar la preferencia de los electores, sumando votos para su candidato. La otra pretende restar inclinaciones hacia los adversarios. Es en este segundo enfoque donde surge una práctica común, aunque deleznable, las llamadas “campañas negras”. Estas no apelan a la razón o a la certeza, sino a las emociones negativas. En muchos casos, incluso, se alejan de los temas políticos y se enfocan en asuntos personales con tintes difamatorios, bajo el conocido adagio: “Tú calumnia, que algo queda”.

Los aspirantes y candidatos suelen ser acusados de golpear a mujeres, consumir drogas o abusar del alcohol. También se les atribuye pertenencia al crimen organizado o se les tacha de violadores, pederastas, acosadores, depredadores sexuales e incluso asesinos. Todo esto forma parte de una retórica repleta de difamaciones. Es importante recalcar que las “campañas negras” se basan en mentiras, injurias, descalificaciones y fake news. Incluso, recurren a la manipulación de fotografías y videos mediante inteligencia artificial. Este tipo de prácticas encuentran terreno fértil en las redes sociales, donde el morbo las hace propagarse como pólvora. Su viralización suele no tener consecuencias legales para los responsables, quienes se escudan en perfiles falsos y tienen en el anonimato, un manto de cobardes.

Por otro lado, las campañas que buscan atraer votantes a través de la inteligencia, la ética, la decencia y otras virtudes suelen carecer de atractivo, sobre todo cuando las promesas y propuestas de los candidatos no resultan creíbles. Es difícil para la ciudadanía confiar en políticos que, de manera repentina, adoptan comportamientos forzados, como besar ancianas, limpiar la nariz a los niños o sentarse a comer con los más pobres. Sin embargo, existe otro tipo de estrategia: las “campañas negativas o de contraste”, que suelen confundirse con las “campañas negras”, aunque son diferentes. En las campañas negativas no se miente ni se exagera, pero se destacan las inconsistencias, errores, incumplimientos y debilidades de los adversarios.

Para 2025, las únicas entidades federativas que vivirán un proceso electoral son Veracruz y Durango. Las expectativas en la capital de nuestro estado son altas, y todo apunta a un proceso suigéneris. En Morena se ha definido a José Ramón Enríquez como su abanderado para la alcaldía capitalina. Por su parte, muchos consideran que la confirmación de Toño Ochoa como candidato de la alianza PRI-PAN es prácticamente un hecho. Por último, se percibe una alta probabilidad de que Jorge Salum del Palacio sea el representante de Movimiento Ciudadano (MC).

De confirmarse, estos tres contendientes ya habrían ocupado el cargo de alcalde bajo las siglas de Acción Nacional. Esto brinda una oportunidad única para los votantes: conocer qué hicieron durante su mandato, así como evaluar su congruencia frente a sus nuevas propuestas. A su vez, los candidatos podrían señalar promesas incumplidas, errores e incluso posibles actos de corrupción de sus contrincantes, siempre y cuando presenten pruebas.

Para la ciudadanía, las promesas de campaña pasan a segundo término. Más allá de lo que los aspirantes prometen hacer, lo que realmente importa es lo que ya hicieron durante su gestión.