Cuidado con los cristales
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Por: Iván Ramírez M.
Nos mienten porque les hemos demostrado que preferimos la comodidad del decirnos engañados antes de asumir una responsabilidad frente al espejo del baño.
Durango, siendo un niño, iba caminando por la calle de tierra mientras pateaba un bote de plástico, cuando, de pronto, se encontró un costalito en el suelo y vació su contenido en la mano. Eran cristales de diversos colores. Tomó uno y lo colocó en su ojo, apuntándolo hacia el señor de las donas, que en ese momento pasaba por ahí. Durango se rio al ver cómo el señor y la charola de donas se tornaron del mismo color del cristal. Lo mismo hizo con las casas, el cielo y hasta con un par de perros que se andaban peleando en el velorio de Doña Carmen.
Probó el rojo, después un amarillo, un azul, guinda o verde, y así se le fue el día. Llegó a su casa y vio a su hermana llorando en el rincón con su cabeza escondida entre las rodillas tras haber recibido una de las clásicas golpizas que el padre les propinaba a Durango, a su hermana y a su madre.
La abrazó para consolarla, mientras le mostraba el morralito con cristales. Ella ni siquiera tenía ánimos de verlos. Entonces, Durango le puso uno frente a sus ojos, pidiéndole que mirara sus pies; ella vio cómo se volvieron rojos y empezó a reírse.
Durango creció conservando sus cristales para ver las noticias o enfrentar los tiempos difíciles. Pasó el tiempo y empezó a usarlos para ver a los políticos, pues no le agradaba lo que hacían y sentía impotencia de no poder cambiar las cosas y prefirió verlos a través de sus cristales.
Llegaban a los cargos para robar, saquear, mentir y hacerse ricos. Durango terminaba por aceptar todo esto diciendo una vez más engañado y sacando sus cristales para evadir la realidad.
Lo peor es que esto se volvió un patrón de comportamiento, algo cíclico, una especie de relación tóxica o esperanza crónica, de la cual Durango no ha podido salir.
Ha usado todos los cristales que tenía: el rojo, el verde, el amarillo, el guinda y el azul, pero nada cambia. Durango sigue sin empleo, los negocios cerrando y los mismos de siempre sonriendo.
Durango empezó a envejecer y cada vez era más difícil el trasladarse de un lado a otro, aun de su cuarto al sillón se tambaleaba al caminar; sus manos batallaban al sostener un plato y empezó a sentarse en el patio para tomar el sol.
Se ha quedado sin fuerzas y solo con un profundo consejo, una advertencia que les hace a los jóvenes de su familia mientras aprieta los puños: “Confíen en ustedes y tengan cuidado con los cristales. Los colores no purifican, no quitan lo corrupto, ni cambian el sentir y actuar de quienes han vivido saqueando a Durango”.