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DIALOGO EN LOS INFIERNOS ENTRE MAQUIAVELO Y MONTESQUIEU (SEGUNDA PARTE)

10/08/2024 - Hace 1 mes en Durango Estado

DIALOGO EN LOS INFIERNOS ENTRE MAQUIAVELO Y MONTESQUIEU (SEGUNDA PARTE)

Zona de Debate | 10/08/2024 - Hace 1 mes
DIALOGO EN LOS INFIERNOS ENTRE MAQUIAVELO Y MONTESQUIEU (SEGUNDA PARTE)

Por: Gilberto Jiménez Carrillo

En las diversas ramas del gobierno habrá hambres de ninguna o muy escasa consecuencia, que serán verdaderos Maquiavelos de poca monta, que obrarán con astucia, simularán, mentirán con imperturbable sangre fría y la verdad no podrá abrirse paso en parte alguna. Enseguida comparto con los lectores del Órale que Chiquito más diálogos en los infiernos. “Los gobernados siempre están contentos con el príncipe cuando este no toca ni sus bienes, ni su honor, por lo tanto, solo tiene que combatir las pretensiones de un pequeño número de descontentos, que le será fácil poner en vereda”. Cuando haya algún suicidio extraordinario, algún gran negociado vidrioso es demasía, cuando un funcionario público cometa alguna fechoría, daré orden de que se prohíba a los periódicos cometer tales sucesos. En estas, el silencio es más respetuoso de la honestidad pública que el escándalo. Procuraré que cada instante se comparen los actos de mi reinado con los de los gobiernos anteriores. Será la mejor manera de hacer resaltar mis aciertos y de que obtengan el merecido reconocimiento. El mundo subterráneo de las sociedades secretas está lleno de cerebros huecos, de quienes no hago el menor caso. Dictaré un decreto por el cual los magistrados, una vez llegados a cierta edad, deberán pasar a retiro. También en este caso estoy persuadido de que contaré con el beneplácito de la opinión pública, pues es un triste espectáculo, harto frecuente, el de ver al juez, llamado a estatuir a cada instante sobre las cuestiones más elevadas y difíciles, sumido en una caducidad de espíritu que lo incapacita. En materia política, en interés del orden, es imprescindible que los jueces estén siempre de parte del poder. Lo peor que podría acontecer sería que un soberano pudiese ser vulnerado por medio de sentencias: el país entero se aprovecharía de ellas al instante, para atacar al gobierno. ¿De qué serviría entonces haber impuesto silencio a la prensa, si ella tuviera la posibilidad de renacer en los juicios de los tribunales? Uno de mis grandes principios es el de poner a los semejantes. Así como combato la prensa por la misma, combatiré la tribuna; tendré a mi disposición un número suficiente de hombres diestros en oratoria, capaces de hablar sin detenerse durante varias horas. Lo esencial es tener una mayoría compacta y un presidente digno de confianza. Para dirigir los debates y obtener el voto se requiere un arte muy singular. ¿Acaso necesitaré recurrir a los artificios de la estrategia parlamentaria? De cada veinte miembros de la Cámara, diecinueve serán adictos a mí. Y todos ellos votarán de acuerdo con una consigna; mientras tanto, yo mismo moveré los hilos de una oposición ficticia y clandestinamente sobornada; después de esto, que vengan a pronunciar elocuentes discursos: entrarán por los oídos de mis diputados como entra el viento por el ojo de una cerradura. Es imprescindible que las generaciones que nazcan bajo mi reinado sean educadas en el respeto de las instituciones establecidas, en el amor hacia el príncipe; es por esto que utilizaré con bastante ingenio el poder de dirección que poseo en materia de enseñanza; creo que en general se comete en las escuelas el profundo error de descuidar la historia contemporánea. La miseria los oprime, los hostiga la lujuria; la ambición los devora: me pertenecen. No obstante, cuando hablo de esta manera, en el fondo es el interés de mi pueblo el que me guía. Sí, haré que el bien surja del mal; exploraré el materialismo en beneficio de la concordia y la civilización; extinguiré las pasiones políticas de los hombres, apaciguando las ambiciones, la codicia y las necesidades. Pretendo tener por servidores de mi reinado a aquellos que, bajo los gobiernos anteriores, más alboroto habrán provocado en nombre de la libertad. Las virtudes más austeras son como las de la Gioconda; basta con duplicar siempre el precio de la rendición. Los que se resistirán al dinero, no se resistirán a los honores; los que se resistirán a los honores, no se resistirán al dinero. Y la opinión pública, viendo caer uno tras otro a los que creían más puros, se debilitará a tal punto que terminará por abdicar completamente a los pueblos les cautivan los príncipes de espíritu cultivado, aficionados a las letras, hasta con talento. Pues bien, el príncipe no podrá hacer nada mejor que dedicar sus ratos de ocio a escribir. Una filosofía severa calificaría estas cosas como debilidades. Cuando el soberano es fuerte se le perdonan y hasta le otorgan una cierta gracia.
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