Por: EDGAR BURCIAGA

La doble moral es un criterio aplicado cuando a un individuo o institución se le acusa de ejercer una doble norma en el tratamiento dado a diferentes grupos de personas, ​por lo que injustamente permiten más libertad de conducta a un sujeto que a otro, y eso se ha convertido en un modo cotidiano dentro de la política.

Conocido en la religión porque los que no están a favor simplemente están en contra, se da por construir listas negras y sembrar descrédito en los que piensan distinto y hacen su trabajo de contralor, es una carta regular de proyectos autoritarios, incluso elegidos por el voto.

Es un problema doble, porque si se señalan sus errores, no hay tolerancia y no son más papistas que un papa, sino que se convierten en una nueva Inquisición de moral flexible para los suyos y ferrosa para el resto.

Los políticos, como cualquier otra persona, pueden llevar la vida que quieran, siempre y cuando respeten las leyes, pero en la profesión que ejercen están obligados a un estilo de vida que corresponda a su nivel de ingreso y que no ofenda a la sociedad.

El político que de manera pública dice que va a ser diferente a los que lo antecedieron, pero ya en el poder se comporta como ellos, provoca en la ciudadanía un redoblado rechazo porque a su falla ahora se añade el engaño y la traición.

A los ciudadanos la doble moral de muchos políticos indigna de manera especial y les molesta que digan una cosa y luego hagan otra. Por eso, el estilo de vida de los políticos debe ser no solo honrado, sino transparente y austero, porque reciben su ingreso de los impuestos de los contribuyentes y ejercen una función de carácter público a favor de toda la sociedad.

La sociedad demanda de los políticos un estilo de vida caracterizado por la honradez, la transparencia y la austeridad, por eso cuando llega el periodo de elecciones la sociedad castiga, con su crítica y el voto, a los políticos que a su juicio no se comportan en el marco de estos parámetros.

Estamos en las vísperas del proceso electoral más grande que se tenga memoria en la historia del país y una de las banderas será la rendición de cuentas ya que su ingreso también los recursos que administra son del pueblo.

Cuando los valores del político son la corrupción, la opacidad, el despilfarro y la frivolidad, todos antivalores para la sociedad, se convierten, con razón, en blanco del ataque de los ciudadanos porque estos se sienten robados y defraudados.

Debemos hacer a un lado del servicio público a aquellos personajes que busquen sus negocios como parte de su puesto, sino hay que tomar en cuenta que sus ingresos provienen de los contribuyentes y no son suyos porque pertenecen a quienes pagan los impuestos.

Así, debemos dejar a un lado a quienes pregonan de manera pública que ellos sí van a cumplir los valores que deben guiar al político y seguir el estilo de vida que les es propio, reciben el apoyo ciudadano expresado en la adhesión y el voto y luego traicionan al pueblo siendo banderas de corrupción y de impunidad.

Habrá quien de nueva cuenta quiera prometer no lo que no será y una vez más llegará el tiempo de hacer a un lado a quienes no cumplen con sus promesas.

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