POR: EDGAR BURCIAGA

Por más que se empeñen algunos personajes en decir lo contrario, es lamentable constatar que cuando entran en política, aunque afirmen que buscan servir al ciudadano, a lo que muchos aspiran es a alcanzar el poder y mantenerse en él por encima de todo.

La estrategia “de presentarse como servidores del ciudadano” es un conocido juego para disfrazar sus deseos de poder y racionalizar una ambición que podría aparecer a los ojos de los ciudadanos como un comportamiento poco digno y con una excesiva ansia de mandar.

Una vez conseguido el poder, en lugar de preocuparse por atender los intereses de los ciudadanos y solucionar sus problemas y necesidades, se ocupan de los suyos propios e incumplen, sin pudor y con enorme cinismo, las promesas que hicieron a la hora de conseguir sus votos.

Eso provoca que se haga la distinción, como dijo Weber, de la categoría de políticos son aquellos que acceden a la política sin vocación y de quienes hacen de ella exclusivamente su profesión.

De ahí que muchos ciudadanos desconfíen de aquellos políticos que se pretenden poseedores y guardianes de la verdad política, incapaces de entender que son los propios ciudadanos los que les han delegado el poder y que no quieren manifestar su voluntad solamente en momentos electorales.

En nuestro país, todavía se encuentra ampliamente difundida la idea de que a partir de la política una persona logra vivir holgadamente e incluso asegurar cuantiosos patrimonios para sus descendientes y seres queridos más cercanos, lo que refleja uno de los problemas más serios: la corrupción.

Si la política fuera honoraria, las personas harían todo lo que hoy hacen para llegar al poder, para no llegar, salvo algunas excepciones. Así, toda persona que aspire a participar en política debería asegurarse de saber desempeñar alguna otra actividad que le permita mantenerse.

Alguien debería decirles que la frase “de la política no te retiras, te retiran” muestra tristemente que nuestros políticos no se retiran, porque no saben vivir de otra cosa o porque la vanidad no les permite darse cuenta de que a todos nos llega el momento en el que dejamos de aportar lo que deberíamos. Vivir de la política acaba ensuciando nuestro entorno.

Ambicionar poseer un buen patrimonio no está mal, pero es un interés privado y en ese ámbito es más que legítimo buscarlo, por lo que hacer negocios desde el poder se convierte a la larga en una serie de ilícitos que afectan a todos.

Alguien debería decirles a todos aquellos que sueñan con irrumpir en la política que una vida de lujos no se puede construir a partir del servicio público, que a lo más que se debería aspirar es a hacer las cosas bien, a servir a nuestro tiempo y a nuestra gente, y lo más importante, a tener la tranquilidad que brinda el honor de la responsabilidad cumplida íntegramente.

Dejar a un lado el interés personal y poner como prioridad el interés de la sociedad, debe ser el propósito de una vocación y no solo de unas elecciones.

Facebook: Edgar Burciaga
www.durangoconfidencial.com
[email protected]
@Edgar_comenta