Por: Juan Francisco Arroyo Herrera

Doy por hecho que los mozuelos de ahora ni idea tienen, pero los centrados en años como yo, usted y otros recordaremos, aun cuando sea con vaguedad, el movimiento estudiantil y luego popular que la Universidad Juárez, el Instituto Tecnológico y la escuela Normal emprendieran en 1966 en contra del entonces gobernador ingeniero Enrique Dupre Ceniceros para que instara al Gobierno federal a la instalación de una planta siderúrgica aquí en Durango, tomando el Cerro del Mercado como factor de presión para que se atendieran sus demandas. Nada se logró de aquella lucha ante el desencanto de los duranguenses.

En 1970, los universitarios volvieron a la carga, pero contra el gobernador Alejandro Páez Urquidi, de quien pedían la destitución. Mucho se ha escrito sobre esos fenómenos políticos y solo recordaré de este las arengas y proclamas en la marquesina de una afamada farmacia ubicada en calle Juárez y 20 de Noviembre, en contra esquina de la Plaza de Armas. Carlos Ornelas, Armando Rodríguez, Alfonso Oury Jakson, “Pily” Rosas y muchos otros oradores motivaban a la ciudadanía a que se sumaran al reclamo. Algunos no intervenían en las artes oratóricas, pero participaban en la movilización, activismo, planeación, abastecimiento y propaganda de la causa. Armando Ocaña Montaño y Erik Mijares fueron unos de ellos.

Luis Echeverría Álvarez andaba en plena campaña y a propósito postergó a Durango en la agenda de sus giras, mientras que Alfonso Martínez Domínguez operaba en la solución del conflicto, hasta que finalmente se apersonó LEA. Deliberadamente se programó su visita al edificio central de la Universidad, cuyas entradas estaban estrictamente vigiladas por corpulentos alumnos la de Pino Suárez y Juárez por Armando y Erik. Como reportero de la Voz de Durango fui comisionado por don Salvador Nava para cubrir el acto, insistiéndome en que me presentara como reportero de su diario. Atendí la sugerencia y me formé en la fila de la prensa. Llegado mi turno y mi presentación, la respuesta del buen Ocaña fue: “A la tiznada, de la prensa local no entra nadie”, debido a la creencia en el movimiento que no se les hacía caso.

Ese fue el primer contacto directo con mi santo compadre ARMANDO OCAÑA MONTAÑO, a quien desde luego conocía como “Pelón” de la Prepa Diurna. Años después me acompañó en la encomienda que me hiciera don Maximiliano Silerio Esparza como procurador de justicia. En su calidad de contador, se hizo cargo del manejo de los dineros. Una de sus rutinas era que en cuanto llegaba a mi oficina, ipso facto entraba con el chiste del día: “Llegó un vaquero polvoriento y cansado a la cantina de un abandonado pueblucho del viejo oeste y amarró su caballo en las trancas, que para el efecto se instalan en esos bebederos. Pidió un güisqui al cantinero, luego otro e hizo una pausa para ir a ver su caballo, con la sorpresa de que no estaba. A paso lento entró y se paró en la barra. En voz alta amenazó: Me voy a tomar otra copa; si cuando salga no encuentro mi penco, va a pasar lo que en Kansas City. Ordenó su toma y al sorberla se dirigió a la salida;  ahí estaba el animal. Retornó en medio de un silencio.

El chismoso dependiente, como todo buen cantinero le preguntó: Señor, ¿qué fue lo que pasó en Kansas? No, pues… ¡allá sí me lo robaron!”. Lo jocoso de sus narraciones era que en el momento que empezaba las acompañaba de una pertinaz risa que le impedía concluirlo y era tan contagiante que uno se reía y junto con el chiste, de la sal y pimienta que les imprimía. Se forjó además de la amistad un compadrazgo cuando acompañó a mi hijo Eric Alejandro a la recepción de uno de los sacramentos de la Iglesia Católica. Descansa en paz, sagrado compadre.