Por: Juan Francisco Arroyo Herrera

Es cierto que un buen amigo, cuyas pretensiones electorales han sido multicolores, puesto que han oscilado entre el azul, verde, blanco y rojo, me hizo una fervorosa petición: “Sé que tu inclinación es cuatroteísta, pero humildemente te recomiendo que en tus artículos no machuques tanto a la oposición”. Desde lo más profundo de mi corazón he intentado a toda costa complacerlo, pero lamento decirle que sus protegidos no se dejan ayudar y van de tropiezo en tropiezo, de burrada en burrada y de torpeza en torpeza. Mire bien si no.

La compañera Claudia remitió a la Cámara de Senadores una profunda reforma en materia de telecomunicaciones, que de alguna manera sacude los intereses de las televisoras. Estas, por medio de sus testaferros, mandaderos, personeros o gestores oficiosos, iniciaron una andanada de críticas sin fundamento alguno para anunciar que la presidenta planeaba acallar las voces críticas y terminaría con la libertad de expresión, es decir, para ellos era la ley mordaza, aunque olvidaron que en los tiempos panistas y tricolores nadie, absolutamente nadie, podía levantar la voz ni hacer un señalamiento, y menos aún una crítica fuera Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, la personificación del chupacabras, Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y todavía, menos aún, “Bisonte” Fox y Felipe “Calderrron”.

La tristemente célebre Lily Téllez convocó a una rueda de prensa en las propias instalaciones del Senado de la República. Giró la rosa de los vientos para gritar con el escozor y la envidia que la corroe contra la jefa del ejecutivo, que como a la mandataria no le gusta que le digan nada, para callar a todo mundo intentaba hacer una ley a modo, de tal forma que se prohíba a todo mexicano hacer comentarios contra su administración. Un avezado reportero la increpó y le hizo ver que él había leído el proyecto de decreto y no encontró nada de lo que ella afirmaba, iba “con letra chiquita” y ¿qué cree? ¡Acertó, no supo!

Kenia López Rabadán, que en su microcosmos se autocalifica como gran parlamentaria, cuando en su tiempo como senadora y ahora como diputada federal no presentó una sola iniciativa digna de comentarse. En cambio, con el trío formado por ella misma, Lily Téllez y la malograda candidata prianista a la presidencia de la República, gelatinera, tamalera y comerciante en tiempos idos, según su dicho, al unísono se adueñaban del micrófono para exponer un abalorio de ocurrencias rayanas en ideotas. Pues le tengo noticias, la rabadán nunca se redimió y surca los aires mexicanos un tic toc en el que alardea de su propuesta del siglo: Modificar la Constitución para que a nuestra patria se le denomine México.

Cuando apenas era un jovencito, tuve conocimiento de la existencia de un bicho que infectaba al sector agropecuario de México. Las autoridades de agricultura lanzaron intensas campañas para erradicar el insecto que diezmaba la economía del campo, y sé logró erradicar, o al menos disminuir, aunque al parecer volvió a las andadas y reapareció. Alarmadísimo, el usurpador de una senaduría, expresidente del PAN, Marko Cortés, exigió en la Cámara alta que el Gobierno mexicano se coordinara con Estados Unidos por el potencial peligro del pequeño rastrero que puede arrasar con aguacates, guayabas y todo tipo de frutas. Su perorata aún continuaría de no ser porque la joven legisladora chihuahuense, Andrea Chávez, le aclaró que el animalejo solo ataca al ganado vacuno. Como dijera el clásico, ¡hágame usted el refabrón cabor!