Por: Gilberto Jiménez Carrillo

Un jugador de garra y pundonor como ningún otro, sus barridas en home eran espectaculares y lo hacía a la edad de cuarenta años siendo manager y jugador al mismo tiempo. Estoy seguro que era uno de los jugadores predilectos del licenciado Andrés Manuel López Obrador, y no precisamente por ser el jugador que más hits ha pegado en la historia de las grandes ligas. Rose no era el jugador más rápido, ni el mejor robando bases, tampoco el mejor fildeando. He visto muchos jugadores que tenían todas las herramientas para ser grandes, pero no eran agresivos. Rose era agresivo cada minuto de cada día. Era agresivo cuando bateaba, corría o jugaba en el cuadro.

Al término de la gira por Cuencamé, nos subimos a la camioneta para dirigirnos a Torreón y llevarlo al aeropuerto. En el trayecto me preguntó si me gustaba el béisbol. Mi respuesta fue que era mi deporte favorito. Entonces me preguntó si, así como sabía algunos datos históricos, conocía sobre datos relacionados con el llamado rey de los deportes y sus jugadores. Se me hizo extraña la pregunta, respondiéndole que Durango era tierra de algunas hazañas y algunos peloteros inolvidables. “¿Cómo quién por ejemplo?”, me cuestionó. Los Rieleros de Aguascalientes fueron campeones de la liga mexicana en 1978, siendo manager Jaime Favela, originario de Cuencamé, fue en el año que Horacio Piña lanzó el segundo juego perfecto de la historia. Por cierto, con el tiempo, recientemente Horacio Piña junior fue presidente municipal de Matamoros, Coahuila.

En un mitin que tuvimos en Gómez Palacio, le comenté al licenciado que Juan Navarrete, manager de los Olmecas de Tabasco, cuando fueron campeones en 1993, era originario del barrio de Las Cuadras, en Gómez Palacio. En el trayecto de Bermejilo a Tlahualilo, el licenciado López Obrador me pidió que platicáramos de la Revolución y de béisbol, pues estaba enterado que la región era tierra de peloteros destacados. Incluso, él fue el primero en mencionarme a Moi Camacho, mientras que yo continúe la charla recordando a Leo Rodríguez.

Al enterarme del fallecimiento de Pete Rose, no pude evitar recordar al licenciado Andrés Manuel López Obrador, ambos con el espíritu de un guerrero indomable que no se rinde. Ambos seres humanos extraordinariamente imperfectos y asombrosamente agresivos en el deseo de conseguir sus objetivos. Cuando la producción de Rose disminuyó, él siguió tocando y acumulando éxitos. En 1978, a la edad de 37 años, logró una racha de 44 hits consecutivos. En 1981, a la edad de 40 años, bateó .325, la última de sus 15 temporadas completas con .300 o mejor. En 1985, a la edad de 44 años, participó en 119 partidos en su nuevo rol de jugador-entrenador y formó parte de su último equipo de estrellas. “Los médicos me dicen que tengo el cuerpo de una persona de 30 años”, dijo Rose en ese momento. “Sé que tengo el cerebro de un chico de 15 años. Si tienes ambos, puedes jugar béisbol”. Mientras que algunos jugadores alcanzan su punto máximo durante tres o cuatro temporadas, y algunos políticos son conocidos solo durante un periodo de gobierno, los mejores momentos de Rose y de López Obrador van a durar para siempre. El juego, así como la vida, siguen sus rumbos, y si bien para Rose ya cayó el out 27, afortunadamente nuestro gran presidente sigue bateando arriba de 300 y hasta el último aliento la seguirá macaneando.

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