Los gandallas

Por: Gilberto Jiménez Carrillo
Si bien la palabra gandalla no está en el diccionario de la Real Academia Española, prácticamente todos sabemos su significado. En una búsqueda rápida en internet, podemos encontrar varias definiciones. Algunas de ellas le dan el sentido de quien “es abusivo y tiene malas intenciones” o “persona que abusa o tiene tendencia a abusar de su fuerza física o su autoridad para sacar ventaja de otros”. México padece múltiples enfermedades y una de las principales es el “gandallismo”, una epidemia que se esparce desde muy chicos y que forma personas abusivas. El gandallismo es toda una cultura, la cultura del abuso. Es la violencia cobijada por la impunidad. Es ese burócrata que quiere gratificación, el policía que muerde, el ciudadano que “se cae con la del Puebla”, el político que se siente bendecido por el hueso y por el fuero. Hoy, más que nunca, cobra sentido ese término, pues sin darnos cuenta, hemos llegado a estar gobernados por unos cínicos gandallas. Y cualquier ocurrencia o escándalo es justificado haciendo alusión al pasado al mero estilo de “antes robaban más”. Recordemos el caso del alcalde de San Blas que cínicamente declaró que, si había robado, pero nomás poquito. Incluso este personaje apodado “Layin” llego a ser candidato a gobernador de Nayarit. En México, el gandallismo es un fenómeno generalizado y muy visible a partir de la primera década del siglo XXI, en la que se percibe como un problema social que se debe erradicar. En nuestro país, ser gandalla no es visto sólo como un asunto de moral y ética, es un estado inalterable para cierto tipo de individuos o sectores de la sociedad. Ser gandalla, se percibe cada vez más como una conducta humana que corrompe, y que obstaculiza el desarrollo y progreso de la colectividad. En la cultura del gandalla sólo sobrevive el más fuerte, el que arrebata, el que despoja, el que pisotea el trabajo, la dignidad y los derechos de los demás. Los individuos gandallas son aquellos que hablan de poder y dinero, que utilizan un lenguaje que nos remite a la corrupción, tranza, moche, movida, palanca, etc. y así tenemos una convivencia diaria de la corrupción en las personas comunes, exaltados en los dichos populares como “el que no tranza, no avanza” o “el gandalla no batalla”, estas expresiones se relacionan directamente con actos de corrupción, luego entonces, el ser gandalla también conlleva a ser corrupto. El gandalla es el ejemplo más logrado del tramposo. El que clava el coche en doble fila para dar la vuelta a la izquierda, estorba y pasa evitándoselo a quien sí hizo fila. El que se encuentra a un amigo en la cola del banco o el que deposita una moneda en la charola de las limosnas y recoge un billete azul. Ése. El gandalla finge como propio el éxito ajeno. Llora si le conviene y grita para atraer la atención. Insulta a los débiles y sobreactúa la camaradería con quienes considera de mayor rango. Se cuela sin invitación a las fiestas y abraza a los deudos de un velorio donde ni siquiera conoció al muerto. Baila el vals con la quinceañera de una fiesta donde no es bienvenido y aparece en la foto de graduación de una escuela a la que nunca asistió. Es el aprovechado, el cábula. El gandalla anda por el mundo ostentándose como un triunfador. Sostiene teorías para justificar la desgracia de los otros: “son pobres porque quieren”, dice. Cuando le falta, pide prestado y se indigna si le cobran, rompe la amistad por esa causa con un decoro impostado. En realidad, el gandalla no tiene amigos más allá de dos o tres sesiones de tequila (que él no lleva) y de bohemia (donde él no canta). Nuestro país ofrece un caldo de cultivo idóneo para la generación del gandallismo. La corrupción y la inseguridad le favorecen. Asignamos un nombre a quienes tramitan licencias de manejo, cédulas de licenciaturas o actas de matrimonio apócrifas: “coyotes”. A cambio de la adecuada cantidad de dinero, son capaces de quitar un sello de clausura de un bar, conseguir un doctorado con firma auténtica y nacionalizar una tanqueta rusa con placas de Campeche. Practican hasta sus máximas posibilidades el aforismo “querer es poder”. Pero lo más extraordinario de todo esto es que parece que, como ya sabemos que son gandallas y abusadores, los dejamos ser. Los gandallas son aquellos que transan y avanzan, y más cuando se vienen los años de Hidalgo, tiempo de robar con descaro, por lo que la pregunta obligada es la siguiente: ¿El gandalla nace o se hace? Y si no se nace, lo agandallan.
Email:[email protected]