POR: IVÁN RAMÍREZ M.

Tal vez no nos conocemos y ni parientes somos; ni amigos, pero tampoco enemigos. Pero si has vivido lo siguiente, nos une algo muy fuerte.

Si en alguna etapa de tu vida tu nombre ha estado en la libretita de la tienda de la esquina; si has sentido o aún sientes esa piedra, ese nudo entre el pecho y la panza que parece nunca irse; ese que sientes al meter la tarjeta en el cajero con la esperanza de tener un poco más de lo que pensabas o cuando llega la lista de útiles escolares o alguien de tu familia se enferma.

Esa piedra, ese nudo cuando se acaba el gas, te cortan la luz o el agua; porque a veces las cosas no salen por más solicitudes de empleo que entregues y veladoras que enciendas. Si has dicho ¡uuff! cuando piden cooperación en la escuela o invitan a tus hijos a una piñata y no tienes para el regalo y aun así los llevas para que coman algo.

Si eres de los que después de habérsela partido en una campaña has salido todos los días, a veces con el bolsillo y estómago vacío, visitando durante meses oficina por oficina de gobierno cazando al nuevo diputado, regidor o presidente municipal; esperando el cumplimiento de esa oportunidad prometida; una maldita oportunidad de quien prometió ayudarte, si lo ayudabas.
Horas de esperar para terminar llegando una vez más a la casa solo con explicaciones que no se pueden comer y no sirven para pagar las deudas.

No es que sea adivino para saber todo esto o alguien me lo haya platicado o sea un buen observador. Es porque cada una de estas cosas las he vivido, y las he vivido por una sencilla razón, porque soy de Durango.

Un Durango que se cae, pero se levanta con un café, una coca, una gorda de picadillo rojo, una de rajas y de cajón, dos más de chicharrón prensado.
un Durango donde ponemos alacranes en llaveros, ceniceros y relojes, pero también en curules y oficinas de gobierno, aún y cuando son los mismos que nos han picado cada tres o seis años. Y ahí vienen otra vez como si nada malo hubieran hecho.
Dan palabras bonitas, sonrisas fingidas, pero hay una frase que delata a los mismos de siempre “para que le vaya bien a Durango” y es cuando Durango tiembla.

¿En qué momento guardamos nuestros sueños para cumplir los de ellos? O permitimos que la desesperanza se esté volviendo epidemia, mientras los mismos de siempre levantan sus copas y brindan a carcajadas “para que le vaya bien a durango”.

¿Cuándo nos convencieron de que la dignidad estorba para conseguir empleo o hacer política? O empezamos a dudar de lo que podemos hacer juntos, cuando hemos sido testigos de que no hay dinero que pueda contra la unidad de un pueblo.