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Un día en la historia de Durango… La Influenza española

29/03/2020 - Hace 5 años en Durango

Un día en la historia de Durango… La Influenza española

Cultura | 29/03/2020 - Hace 5 años
Un día en la historia de Durango… La Influenza española

Por: Pedro Núñez López

El año 1918 fue fatal en todo el mundo. La famosa epidemia conocida con el nombre de Influenza española llegó a Durango.
Muchos comercios estuvieron cerrados. Las oficinas de Gobierno solo trabajaban lo más indispensable. Las agencias de funerales no tenían servicio de carrozas, ni ataúdes. Era preciso muchas veces llevar a los deudos amarrados a una tabla y sobre los hombros de sus amigos más misericordiosos.

El Seminario Conciliar, entonces convertido en cuartel, fue uno de los focos de infección más terribles. Días hubo en que por cientos se sacaban los cadáveres de los atacados de Influenza. Se les llevaba como escombro, sin cajas, ni nada que los cubriera, en carretones de dos ruedas, rumbo a la “mansión del reposo”, como dice el rótulo del Panteón de Oriente.

En el mismo panteón, no había sepultureros. Habían muerto y nadie quería sustituirlos. Así, quien llegaba con un cadáver, tenía que enterrarlo personalmente, sin registro alguno, o dejarlo abandonado en alguna de las callecillas del panteón, para que algún piadoso después, le diera sepultura.

Las gentes estaban profundamente tristes y de duelo. Aquel con quien estuvieron hoy, iba mañana rumbo a su última morada. No había diversiones, no había paseos. Durango estaba de duelo.

Este año de 1918 fue funesto para la ciudad de Durango, por la epidemia de gripa que diezmó a la población. Nunca se supo cuántos duranguenses murieron, pero gente que vivió en esa época contaba que fueron tantos que no había sepultureros para enterrarlos y los cadáveres se apilaban en el descanso del panteón esperando que las autoridades les dieran sepultura.

Las calles de la ciudad estaban solas y la población solo salía lo necesario de sus casas.

Dando pie a un leyenda que perduraría al paso del tiempo y es como sigue: La señora Leonor protagonista de esta leyenda, y que por las tardes solía sacar su mecedora a la calle cerca de la puerta de su casa que se ubicaba por la calle de Fresno hacía días que no se le miraba y todo hacía suponer que había caído enferma contagiada de la gripe que tenía asolada a la ciudad.

Doña Leonor como le decían en el barrio era una guapa y respetable señora de unos 40 años. Estaba casada con don Cayetano, un rico minero de ascendencia española que llegó a vivir a Durango en los años 80 del siglo XIX.

El matrimonio tenía dos hijos, Felipe de 20 años y Leonor, guapa señorita de 18 años, que se parecía mucho a su madre.

La gente del barrio decía que Felipe se llamaba así porque doña Leonor había tenido un novio del mismo nombre de quien estuvo perdidamente enamorada.

Lo amaba con locura y todas las tardes al anochecer cuando su madre salía al rosario al templo de Santa Ana y su padre se reunía con amigos a jugar cartas, la enamorada salía por la ventana de su cuarto para verse con Felipe.

Felipe pasaba por la calle silbando la canción «el pajarillo barranqueño», canción que estaba de moda a finales del siglo XIX, si las condiciones eran propicias Leonor contestaba cantando un verso de la canción. Si las condiciones no se daban para que se vieran el joven pasaba varias veces sin obtener respuestas.

Las vecinas buenas comunicadoras del barrio pronto le hicieron llegar la noticia de esas entrevistas de la pareja a los padres de la dama, los cuales prohibieron de manera terminante alguna relación entre ellos, ya que a pesar de que el joven era de buen porte tenía el defecto más grande en la sociedad, era pobre. Después de tratar de entrar en razón a los padres la joven mujer terminó por aceptar las condiciones de los padres y tuvo que comunicarle a Felipe la prohibición para seguir el cortejo de noviazgo y dio por terminada la relación.

Él ahogándose en llanto, abrazó a Leonor con desesperación y le dijo: «Me uniré a ti hasta la eternidad aún después de muerto». Con voz entrecortada por el llanto, ella le contestó: » Juro por Dios que así será». «Yo también lo juro», contestó Felipe.

El tiempo paso haciendo desfilar muchas lunas en el cielo.

Las viejas chismosas del barrio se murieron de viejas. Felipe con un dolor incurable en el corazón prefirió abandonar la vieja ciudad, donde la calle de fresno le recordaba a su inolvidable Leonor y se trasladó al mineral del Inde en donde encontró trabajo en las minas del lugar.

Don Vicente, el papa de Leonor, se las ingenió para casarla con don Cayetano, viejo achacoso pero con muchos pesos a quien también convenció para que se fuera a vivir a la casa paterna de Leonor. En ese matrimonio nacieron dos hijos atrás mencionados y que pasaron a ser la alegría de Leonor.

Cuando estalló la Revolución Mexicana en 1910, Felipe dejó el trabajo de mina y se enlistó en los ejércitos alzados, en donde por su valentía e inteligencia pronto se convirtió en Oficial villista, y en 1913 regresó a la ciudad de Durango como el coronel Felipe García, miembro del Estado Mayor del General Villa, al llegar a la ciudad lo primero que hizo fue buscar a Leonor, la encontró en la misma casa pero ya casada con don Cayetano y con dos hijos ya grandes y bien educados. Al presentar al muchacho la señora le dijo:

Él se llama Felipe como tú, ella Leonor como yo…. Y Cayetano, mi esposo.

Dos gruesas lagrimas rodaron por el rostro de Felipe, quien con disimulo se las quitó y se despidió con respetuosa caravana de toda la familia, Jamás volvieron a saber uno del otro, intencionalmente se quisieron olvidar porque así lo requerían las circunstancias. Cinco años después, cuando el movimiento armado ya se había terminado y la gripe atacaba la ciudad, doña Leonor agonizaba en una cama con fiebres muy altas que le cortaban poco a poco la existencia.

Los dos hijos y don Cayetano la cuidaban día y noche sin ver mejoría en ella y anunciando un fatal desenlace. Los tres lloraban en silencio y la noche con su paso lento, hacía largas las horas y consumía velas una tras otra.

De pronto cuando la noche era más tranquila y solo se percibía el silencio más hondo, a lo lejos se escuchó un silbido de algún trasnochador que comenzó a entonar, «el pajarillo barranqueño». Poco a poco la intensidad del silbido aumentaba y la melodía se escuchaba con mayor claridad. De pronto Leonor, la enferma, con raro vigor se sentó en la cama, se puso su bata y con fuerte voz entonó «el pajarillo barranqueño».

La familia quedó sorprendida de aquella reacción. Como si aquello le hubiera dado vida a la enferma, con paso seguro se dirigió a la ventana, hizo a un lado la cortina y sin dejar de cantar, abrió las dos hojas de las puertas, sacó parte del cuerpo a la calle, algo dijo que no se le entendió y calló muerta.

Los que la contemplaban trataban de darle auxilio, el viento fresco de la madrugada movía las cortinas ligeramente y a lo lejos todavía se escuchaba el silbido misterioso, sin saber de dónde salía o quien lo silbaba. Impresionados por lo que pasó, la familia se dedicó a investigar el origen de ese acontecimiento. Una de las sirvientas más viejas de la casa les contó la historia, informándoles también que a Felipe lo habían matado durante la toma se Zacatecas. Ellos después de la historia encontraron el significado del suceso y solo comentaron que había sido Felipe que había vuelto por doña Leonor. Cumpliendo así una última cita.

Ilustración y parte del texto: Bojedades, de Xavier Gómez página. 76 y 77 Resto del texto David Delgado publicación hecha en la pagina Un día en la Historia de Durango del Facebook.

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