Por: Pedro Núñez Lopez
Mucho se ha escrito y discutido acerca de la teoría de la reencarnación y muchos hechos, ciertamente, han podido esgrimirse en apoyo de ella por sus entusiastas partidarios. Desgraciadamente la inmensa mayoría de los hombres ve con profunda apatía esos problemas de filosofía, debido a su hábito idiosincrático de verlo todo superficialmente, y cualquier hecho extraordinario, si no es visto con indiferencia, tampoco es estudiado con detenimiento y se archiva en el departamento de las casualidades a donde va todo lo inexplicable o, más aún, en el de las supersticiones.
Los casos de precocidad, algunos verdaderamente admirables y que tanto pueden contribuir al estudio de aquella teoría, merecen un análisis especial y concienzudo; indudablemente son efectos de causas que es de humana conveniencia desentrañar, pues mientras pasemos indiferentes antes tales hechos que hablan tan honda e intensamente a la conciencia, jamás lograremos romper el velo del insondable misterio que nos confunde y anonada.
Vamos a relatar un caso extraordinario de precocidad que llamó poderosamente la atención en la antigua Provincia de Nueva Vizcaya y que, repetimos, es muy digno de un somero estudio.
Hacia los primeros días del mes de abril de 1813 llegó a oídos del señor intendente de Durango la versión de que en la tierra adentro, en un pueblo de la jurisdicción de Santiago Papasquiaro se encontraba un niño prodigioso que a los cuatro días de nacido hablaba y discernía como un hombre maduro. Siendo aquel un caso anormal en concepto del señor intendente, libró Órdenes al alcalce Ordinario de San Juan del Río, para que practicara algunas diligencias con objeto de esclarecerlo, así como para localizar al prodigioso muchacho, pues que quienes habían traído a la comarca la noticia de la existencia de éste, eran vecinos de San Juan del Río.
El alcalde Ordinario de referencia declaró a Cenón Quiñónez sobre el particular, así como a José María Ántuna, quienes manifestaron que algunas personas residen- tes en Canatlán y Santiaguillo les habían informado, jurando por Cristo decir ver- dad, que en un lugar de la Sierra había un niño que habló a los cuatro días de nacido.. Las primeras palabras de aquel niño se dirigieron a su hermanita que mecía su cuna, diciéndole: “No des tan recio a la cuna, porque me duele la cabeza”.
La niña, sorprendida, corrió a decir a la madre que el niño ya hablaba, Vino la madre, meció intempestivamente la cuna, y el niñito repitió la expresión.
La señora, asombrada, fue inmediatamente a dar aviso al Cura, quien informó a su vez al Alcalde Mayor o Juez del lugar y ambos, acompañados de los vecinos más caracterizados del mismo, fueron a dar fe del suceso. Meció el Cura con violencia la cuna y el niño le dijo “señor cura: me duele la cabeza; no mezca ya nadie la cuna, ni usted, ni el se- ñor Alcalde, ni Don Fulano, ni Don Zutano”, etcétera, hablando a todos los presen- tes por sus nombres y produciendo el natural asombro. Se ordenó a la madre sacara al muchacho de la cuna para darse cuenta de su edad y aspecto, y el Juez, inspirado por la ignorancia y la superstición, dijo:
—Esto no puede ser bueno: es necesario degollar a este muchacho. A lo que el aludido replicó con energía:
—“Degollaron al Cura’ Hidalgo que era más inocente que yo, y no será mucho que conmigo hagan lo mismo”.
Esto último escandalizó más aún a los presentes, quienes pensando entonces que podían sacar algún partido del muchacho interrogándole cuanto supiera acerca de la insurrección de independencia, acordaron dar cuenta al señor Gobernador de Du- rango de lo que ocurría, lo que no habían hecho todavía para la fecha en que se instauró el expediente relativo en el que constan iguales declaraciones, rendidas por José Antonio Berúmen y José del Carmen Díaz.
El mencionado expediente está trunco, ignorándose el resultado; pero no es difícil que, dado el estado de ignorancia y fanatismo de aquella época, el muchacho prodigio haya sido localizado y degollado en los albores de una vida que bien pudo, por muchos conceptos, ser henéfica a la humanidad.
Fuente: Leyendas Duranguenses de Everardo Gamiz Olivas, imagen del Prog. Rodrigo Avalos.