Por: Pedro Nuñez
En el año de 1917, el general Gabriel Gavira mandó derribar el Convenio y el Templo de San Francisco y la Capilla del Tercer Orden, con objeto de levantar en el lugar que tales edificios ocuparon, el Palacio Federal, donde se instalarían los Telégrafos Nacionales, el Correo, Jefatura de Hacienda y demás oficinas del Gobierno Federal.
Con motivo del derrumbamiento de dichos edificios, se pusieron de moda antiguas consejas relacionadas muy especialmente con el templo y convento de San Francisco.
Se decía que había allí muy grandes tesoros que habían sido sepultados en distintas épocas por los franciscanos y se buscó con todo empeño un enorme subterráneo que según la voz del vulgo comunicaba antiguamente al Convento con la Catedral, agregándose que aquel subterráneo estaba ramificado comunicando a los edificios ya expresados y a los conventos de Capuchinas y de Teresas: el primero se encontraba en la parroquia de Santa Ana, y el segundo en San Juan de Dios, teniendo también ramificaciones el repetido subterráneo con el Arzobispado y la Cárcel Eclesiástica.
En torno de este asunto se bordaba un cúmulo de novelas; dicen que en tal subterráneo se encuentran ocultos muy grandes tesoros; que hay allí muchas momias y esqueletos, así como documentos de gran importancia; y que en dichas catacumbas artificiales quedaron ignoradas innumerables víctimas de intrigas inquisitoriales y pequeñuelos que eran fruto de amores clandestinos que tenían como campo a los conventos y sacristias.
En cuanto a la capilla de Tercer Orden, tiempo hacía que estaba clausurada, pues decían que ella había sido profanada “porque el Coronel Francisco O. Arce estableció en ella en 1859 una Logia Masónica”, que alcanzó considerable desarrollo a pesar del medio intensamente fanático y retrógrado de aquella época.
Inútiles fueron las pesquisas hechas para encontrar los famosos subterráneos.
FUENTE: Leyendas Duranguenses de Everardo Gámiz, página 221, imagen del profesor Rodrigo Avalos.