Las pandillas juveniles son un reflejo de un problema social que va más allá del simple vandalismo. Muchos adolescentes se ven orillados a integrarse por falta de atención familiar, entornos de violencia, ausencia de oportunidades y, sobre todo, por la necesidad de pertenencia.

En Durango, aunque no hay una cifra oficial actualizada, autoridades estiman que existen al menos 30 pandillas activas, muchas ligadas a zonas vulnerables donde escasean espacios recreativos y programas de prevención.

Las consecuencias son graves: desde antecedentes penales, problemas de adicción, hasta la pérdida de oportunidades educativas y laborales. Pero lo más delicado: la pérdida de su futuro.

 ¿Y los padres? Juegan un papel clave. Escuchar, estar presentes y fomentar la confianza puede marcar la diferencia entre un joven encaminado y uno que busca en la calle lo que no encuentra en casa.

 ¿Qué podemos hacer? Invertir en prevención: talleres, deporte, cultura y educación. La solución no es castigar, sino acompañar, guiar y abrir caminos.

Por: Víctor Salas