Por: Juan Francisco Arroyo Herrera

Félix Rodríguez, por mal nombre “El Golón”, fue un personaje de Felipe Carrillo Puerto, municipio de Guadalupe Victoria, cuna de hombres ilustres, trabajadores, abnegados, bien nacidos y por añadidura inteligentes (yo soy de ahí, más no sé si me incluyan). Dicharachero, laborioso, optimista, pero muy malhablado. Era bien querido y tenía una gran virtud. Sabrá usted que en aquellos tiempos los bailes pueblerinos eran objeto de una singular organización. Los convocantes mandaban emisarios a cada una de las casas de las doncellas a solicitar permiso a sus padres para que asistieran al convite. Claro está que se comprometían a regresarlas sanas y salvas.

Pero existían unos eventos donde los caballeros debían pagar el distintivo, consistente en un moño que tenía implícito el derecho de admisión. Se imponía en consecuencia que asistieran el mayor número de damas, ya que, entre más hubiera, se acrecentarían de manera considerable los ingresos. Aquí entra nuestro amigo Félix, que, entre hijas, sobrinas, vecinas, amigas de las amigas y demás reunía un contingente de veinte hembras. De ahí que era muy requerido a los eventos, pero hay algo más, el consumo de bebidas espirituosas solía ponerlo necio, llegándose al extremo de desalojarlo del salón. En este momento aparecía su bravura y fuerza de convencimiento: “Me voy, pero… ¡me llevo a mis güilas!”. Ante semejante amenaza, a su mesa llegaba otro ‘cartón’ y alguien que lo entretuviera.

No sé por qué, pero al observar la revuelta que se traen los partidos me hace recordar aquellas épocas. Primero saltan al escenario político nacional los ahora tres tristes tigres, PRI, PAN, PRD, o si no quiere batallar PRIANRD (le sale más económico). El único chucho que da la cara en el organismo fundado por Cuauhtémoc Cárdenas reprocha a sus compinches el desprecio y menosprecio de que es destinatario su agónico PRD. Alito respinga porque le comieron el mandado en la CDMX, no obstante que en los esponsales y en las cláusulas matrimoniales perjuraron ir juntos en sus empeños hasta la muerte.

Marco, que nada tiene de “cortés”, con alevosía, ventaja, traición y brutal ferocidad ha dado zarpazo tras zarpazo en contra de sus pares, que se inició con la imposición y sostenimiento a sangre y fuego de Xóchitl que no da una. Una tras otra sale a regar las gelatinas, lo último fue el plagio de la prestigiada frase de Luis Donaldo Colosio: “Veo un pueblo con hambre y sed de justicia”; en tanto que la dama masacró esa conmovedora cita y la echó a perder cuando en un galimatías la encerró y pretendió ser una gran oradora: “Veo un pueblo con hambre de sed de justicia”.  Hete ahí, que los seguidores, correligionarios, admiradores del malogrado político sonorense hicieron papilla a la hidalguense por su verborrea.

Véase entonces el paralelismo que existe entre la conducta del buen Félix y los mercenarios de la política, solo que estos cuando se ven desfavorecidos en sus apetencias personales y su parasitismo del erario público gritan y patean desdiciéndose de sus antiguos juramentos. En actitud descarada echan en cara a sus secuaces sus defectos, mañas, delitos, faltas pasadas, presentes y futuras, pero no se van ni se llevan sus tribus. De ahí que surja la pregunta: ¿las habladas que se echan serán auténticos dislates o es la exteriorización de un resentimiento, coraje o enojo añejo que ya no pueden soportar y se valen del momento? Qué es eso de Xóchitl que en una reunión pública en presencia de sus asociados grite que de llegar a la presidencia jamás incluiría en su gabinete a Bartlett, Alito y Omar Fayad. ¡Sí, Alito, presidente del PRI, e integrante del diabólico coctel!