Por: Gilberto Jiménez Carrillo

No puede existir congruencia en la persona si no se puede verificar a través de sus acciones la congruencia entre lo que piensa y lo que dice. La ética de trabajo de una mujer legisladora o de un legislador que se precie de comprender la importancia de su cargo impone encontrar la oportunidad de abrir espacios, realizar cambios y adecuaciones para que las que vienen detrás encuentren con certeza las oportunidades para desarrollarse y contribuir a la mejora de la sociedad.

Hace unos días y de conformidad con lo que establece la Ley Orgánica del Congreso del Estado, quedó instalada la Junta de Gobierno y Coordinación Política (Jugocopo) de la Sexagésima Novena Legislatura, la cual será presidida por la diputada Sandra Amaya Rosales. Desde su primera incursión como diputada local, Amaya Rosales dio muestras que su paso por el Congreso del Estado no iba a ser fugaz. Para los que no lo saben, no es la primera vez que Sandra Amaya asume la representación del Poder Legislativo, ya con anterioridad desempeñó tan alta responsabilidad, dejando muy buen sabor de boca convirtiéndose en la primera mujer en la historia en ocupar el cargo que anteriormente se conocía como Presidencia de la Gran Comisión.

Sandra Amaya se ha ganado el respeto de sus compañeros legisladores que la ven como una mujer propositiva, ecuánime, que no se altera a la menor provocación y que realiza su labor común alto sentido de la responsabilidad, pues ella sabe que su trabajo no es un juego, por el contrario, Amaya Rosales representa uno de los tres poderes del estado y eso no es cosa menor.

La política ha sido, desde la antigüedad, una esfera de la vida pública reservada para los hombres. Esto ha implicado que los cargos públicos fueran ocupados por varones y que la política se leyera y comprendiera en códigos y pautas masculinas, marginando a las mujeres tanto en las deliberaciones como en los procesos de toma de decisiones sobre los asuntos de interés para la colectividad. La primera Diputada Federal en México fue Aurora Jiménez de Palacios (Legislatura 1952-1955). Las primeras senadoras fueron María Lavalle Urbina y Alicia Arellano Tapia (Legislatura 1964-1970). A partir de esas fechas la sociedad comenzó a preguntarse qué hacía falta para que hubiera más legisladoras y por qué era importante que existieran más mujeres legislando.

Estoy convencido que sí hay una diferencia en que las mujeres participen en política, que sí importa el sexo de los representantes, que las mujeres sí representan mejor a las mujeres, que sí están más interesadas y legislan más en temas sociales y que obviamente es necesario e importante que más mexicanas se integren a los congresos para que la visión, las necesidades, los intereses y las preocupaciones de las mujeres se integren al quehacer gubernamental. Y si de lo anterior queda alguna duda, basta con conocer la trayectoria de Sandra Amaya para darnos cuenta que la eficiente diputada es el mejor ejemplo de una legisladora con talento, experiencia y carácter, pero sobre todo con prestigio, con ese prestigio que tienen las mujeres, de ser responsables. Una mujer comprometida, que conoce las necesidades de la población y sobre todo es cercana a la gente. Una mujer con temperamento de las que piensan que de cara a la adversidad todos deben actuar como si no pasara nada y un sólido sentido de la justicia en toda situación, siempre abierta a nuevas ideas. Porque está claro que hoy con Sandra Amaya, como presidenta de la Junta de Coordinación Política de la actual legislatura, el Congreso del Estado de Durango tiene proyecto.

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