Hay pequeños focos de alegría en todas partes, y pueden entrar en nuestra conciencia y nuestros sentidos en cualquier momento. Tal vez sea ese sillón en el que te sientas que se adapta perfectamente a las curvas de tu espalda.

La forma en que el sol se cuela en su sala de estar a través de la ventana y arroja esa hermosa luz cálida sobre todo a su paso. Tal vez sean las fotografías de su familia que están inactivas sobre la repisa de la chimenea, recordándole buenos recuerdos.

Quizás sea el proceso de cocción del pan y el inconfundible aroma que produce al subir al horno.

Estos momentos felices, por insignificantes que parezcan, pueden elevarnos. Lo más importante que hay que recordar, como defiende Ingrid, es que, si bien la felicidad es un estado mental, la alegría no lo es.

No necesitamos el trabajo perfecto, un hogar perfecto o la vida perfecta para experimentar un momento de alegría.

Es un placer instantáneo que podemos encontrar incluso en las cosas más pequeñas de la vida, muchas de las cuales están justo frente a nosotros. Depende de nosotros abrir los ojos y comenzar a buscar en los lugares correctos.

Es hora de dejar de descontar la más pequeña de las alegrías. Ellos valen la pena. Nos elevan.

Y pueden ser todo lo que tenemos en este momento.