El Papa Francisco presidió las primeras vísperas de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, así como el Te Deum para dar gracias por el año que está por concluir.

Durante su mensaje, el Obispo de Roma tocó temas de gran importancia para la comunidad católica y para el mundo en general.

En su discurso, el Papa resaltó las obras de mantenimiento realizadas a lo largo del año en la capital italiana con motivo del Jubileo.

Se refirió a 2024 como un año exigente, pero que ha tenido un sentido especial que corresponde a la vocación propia de Roma, su vocación universal.

Destacó que la Ciudad Eterna está llamada a acoger a todos, para que puedan reconocerse como hijos de Dios y hermanos entre sí.

El Santo Padre hizo hincapié en que este Jubileo de la Esperanza se dirige a la fraternidad universal, a la apertura de corazón y espíritu para acoger a hombres y mujeres de todo el mundo, independientemente de sus creencias religiosas.

En sus palabras, todos son peregrinos de esperanza y fraternidad, en busca de la verdad, la libertad, la justicia y la paz.

En un momento de profunda reflexión, el Papa Francisco señaló que la esperanza de un mundo fraterno no es una ideología, ni un sistema económico ni el progreso tecnológico.

Para él, la esperanza de un mundo fraterno reside en la figura del Hijo encarnado, que representa la unidad y el amor entre todos los seres humanos.

Al finalizar la celebración, el Papa visitó el pesebre instalado en la Plaza de San Pedro y tuvo la oportunidad de saludar a los fieles y visitantes presentes en el lugar.

Un gesto sencillo pero cargado de significado, que refleja la cercanía y humildad que caracterizan a Francisco en su papel como líder espiritual de la Iglesia Católica.

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