Acompaña en las penas, pero no te ahogues en ellas
14/09/2019 - Hace 5 años en InternacionalAcompaña en las penas, pero no te ahogues en ellas
Acompañar es una muestra de generosidad, pero ahogarse en las penas ajenas es falta de perspectiva. Ayudar a los demás a solucionar sus problemas es una muestra de compasión, pero cargar sus problemas sobre nuestros hombros es improductivo. Experimentar las emociones ajenas es muestra de empatía, dejar que estas nos desborden es inútil.
Existe un límite muy sutil entre la ayuda útil y la implicación desmedida que termina siendo dañina para todos. Conocer ese límite – y no traspasarlo – nos permitirá ayudar más y mejor, porque lograremos preservar nuestro equilibrio mental y emocional mientras damos a la otra persona la oportunidad de crecer y aprender de la experiencia.
Cuando ayudar no ayuda
“Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enseñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”, dice un proverbio chino. Regalar un pescado, en el sentido metafórico, implica solucionar un problema puntual, pero así no contribuimos a erradicar las circunstancias y/o errores que originaron ese problema.
Si la persona no trabaja en las actitudes, creencias o formas de pensar que contribuyeron a generar el problema, es probable que vuelva a surgir, con más fuerza. Así se crea un círculo vicioso en el que quien soluciona los problemas se ve “obligado” a acarrear cada vez más peso y quien los genera se libera cada vez más de sus responsabilidades.
Cuando nos convertimos en “solucionadores de problemas” y “cargadores de responsabilidades ajenas”, es probable que más temprano que tarde terminemos aplastados bajo su peso. Si no somos capaces de desarrollar una preocupación empática, que implica la habilidad para comprender y experimentar los estados emocionales de los demás, mostrar una preocupación auténtica y ser capaces de ayudarlos sin poner en peligro nuestro equilibrio psicológico, terminaremos sufriendo el Síndrome de Desgaste por Empatía.
Eso significa que nos contagiaremos de las emociones de la persona a quien pretendemos ayudar, sumiéndonos en su misma frustración, ira o tristeza. A su vez, acarrearemos con nosotros sus mismas preocupaciones, las cuales nos generarán un gran distrés. En ese estado nadie gana. Porque nuestra falta de perspectiva para mirar más allá de las consecuencias actuales del problema, para salir de la situación y buscar soluciones asertivas, condena a ambos a un estado de miseria y sufrimiento conjunto en el que el «salvador» termina necesitando ser salvado.
Ayudar no es “solucionar” sino “acompañar”
Demasiado a menudo olvidamos que ayudar no es sinónimo de solucionar, sino más bien de acompañar y apoyar. No es un mero juego de palabras. El significado que le atribuyas a la palabra ayudar determinará tu actitud e influirá en los resultados que obtengas.
No cabe duda d que es difícil ver a una persona cercana luchando por resolver un problema o incluso tomando “malas” decisiones. Es natural que deseemos ayudarle. Que queramos facilitarle la vida. Que deseemos solucionar sus problemas y ahorrarle el sufrimiento. Todo eso nos parece una buena idea. Excepto cuando no lo es.
Porque ayudar no implica solucionar. No es cargar los problemas de los demás sobre nuestros hombros. Ni quitarles responsabilidades. O ahorrarles el camino que deben recorrer para crecer como personas.
Ayudar es acompañarles a lo largo de ese camino para sustentarles cuando sea necesario. Es apoyarles en sus decisiones, aunque no las compartamos. Es contribuir a que amplíen su perspectiva cuando no encuentran una solución. Es escucharles sin criticar. Es trabajar con ellos para que desarrollen sus propias herramientas de afrontamiento. Y a veces, ayudar también es apartarse.