Un día decidí ir a la granja para verificar cómo iban todos los trabajos. Llegué temprano y me dispuse a colaborar en los quehaceres que realizaba el carpintero.
Después de un día tan irregular, ya disponiéndose para ir a su casa, el camión del carpintero que estaba pasando un mal día se le negaba a arrancar. Por supuesto, me ofrecí a llevarlo, mientras recorríamos los hermosos paisajes de la granja, él iba en silencio meditando. Parecía un poco molesto por los desaires que el día le había jugado. Después de treinta minutos de recorrido llegamos a su casa, y de sorpresa recibí una invitación para que conociera a su familia.
Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol de color verde intenso y por demás hermoso. Tocó varias ramas con sus manos, mientras admiraba sus preciosas hojas, cuando abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación, su bronceada cara estaba plena de sonrisas y alegría. Sus hijos se lanzaron sobre él, dando vueltas en la sala, le dio un beso a su esposa y me presentó, me invitó un refresco y una suculenta cena.
Ya despidiéndome, me acompañó hasta el carro, cuando pasamos cerca del árbol sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que había visto hacer un rato antes. Le hice referencia a su conducta con el árbol ¡Ohh!, ese es mi árbol de los problemas, contestó.
Entonces dijo, sé que no puedo evitar tener dificultades en mi trabajo, percances y alteraciones en mi estado de ánimo, pero una cosa sí es segura: Esos problemas no pertenecen ni a mi esposa y mucho menos a mis hijos, así que simplemente los cuelgo en el «árbol de los problemas» cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo nuevamente.