El diálogo interno cambia tu cerebro
El diálogo interno cambia tu cerebro. Esa charla cotidiana que tienes contigo mismo puede fortalecer un gran número de áreas cerebrales para ayudarte a manejar mejor el estrés, regular tu estado del ánimo o ayudarte incluso a ser más resolutivo. Por el contrario, el habla negativa que desgasta puede llevarte sin duda a estados muy debilitantes y perjudiciales.
Hay un hecho especialmente curioso que muchos habrán experimentado alguna vez. Es común, por ejemplo, que uno sea siempre ese amigo infatigable que siempre está cuando se le necesita. Nos alzamos como esa persona que infunde ánimos, que sabe dar la palabra justa en el momento más necesitado; somos de algún modo, ese soporte incuestionable para los demás que con su comunicación siempre acertada infunde valías, entusiasmo y positividad.
Por el contrario, para nosotros mismos podemos ser a veces el peor enemigo. Nuestro diálogo interno resuena a menudo con frases como: «¿cómo has sido capaz de decir semejante tontería? Eres torpe». «Ni te atrevas a intentar eso otro, eres un inútil en esos temas y lo sabes», «fíjate en lo que ha pasado hoy, siempre te equivocas, siempre estás cometiendo un fallo tras otro».
Somos lo que nos decimos a nosotros mismos y, en ocasiones, llevamos una vida entera conviviendo con una voz interna que se alza como el peor maltratador de todos. No es fácil cambiar ese discurso interno cuando llevamos tanto tiempo haciéndolo. No obstante, es necesario hacerlo por una razón evidente: el diálogo interno negativo modifica el cerebro y hace que seamos más vulnerables a los trastornos de ansiedad y la depresión.
Por tanto, todo lo que acontece en nuestra mente, cada idea, pensamiento, autoinstrucción y aseveración, tiene en nosotros un impacto enorme; tanto positiva como negativamente.
Debemos ser capaces de cambiar ese discurso tan nocivo. Un recurso sencillo para lograrlo es el siguiente: en lugar de hablarnos en primera persona (yo soy esto, por qué habré hecho aquello) lo ideal es empezar a dirigirnos a nosotros en segunda persona. Asumiremos el papel de ese amigo que desea lo mejor para nosotros pero que, al mismo tiempo, siempre está atento para corregir nuestros discursos mentales.
Somos conscientes de que este proceso lleva tiempo. Cambiar ese discurso interno limitante puede costar al principio, pero si nos comprometemos con nosotros mismos, veremos cambios poco a poco. Para ello, vale la pena recordar lo que nos decía un viejo proverbio chino:
Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras.
Atiende tus palabras, porque se convertirán en tus actos.
Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos.
Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino.