El niño y los dulces
Había un niño muy goloso que siempre estaba deseando comer dulces. Su madre guardaba un recipiente repleto de caramelos en lo alto de una estantería de la cocina y de vez en cuando le daba uno, pero los dosificaba porque sabía que no eran muy saludables para sus dientes.
Un día que su mamá no estaba en casa, bajó el jarrón con mucho cuidado y se relamió pensando en lo ricos que estarían deshaciéndose en su boca. Colocó el tarro sobre la mesa y metió con facilidad la mano en el agujero. Agarró un gran puñado, pero cuando intentó sacar la mano, se le quedó atascada en el cuello del recipiente.
– ¡Oh, no puede ser! ¡Mi mano se ha quedado atrapada dentro del tarro de los dulces!
Hizo tanta fuerza hacia afuera que la mano se le puso roja como un tomate. Nada, era imposible. Desesperado, se tiró al suelo y empezó a llorar amargamente. La mano seguía dentro del tarro y por si fuera poco, su madre estaba a punto de regresar y se temía que le iba a echar una bronca de campeonato.
Un amigo que paseaba cerca de la casa, escuchó los llantos del chiquillo a través de la ventana. Como la puerta estaba abierta, entró sin ser invitado. Le encontró pataleando de rabia y fuera de control.
– ¡Hola! ¿Qué te pasa? Te he oído desde la calle.
– ¡Mira qué desgracia! ¡No puedo sacar la mano del tarro de los caramelos y yo me los quiero comer todos!
El amigo sonrió y tuvo muy claro qué decirle en ese momento de frustración.
– La solución es más fácil de lo que tú te piensas. Suelta algunos caramelos del puño y confórmate sólo con la mitad. Tendrás caramelos de sobra y podrás sacar la mano del cuello del recipiente.
El niño así lo hizo. Se desprendió de la mitad de ellos y su manita salió con facilidad. Se secó las lágrimas y cuando se le pasó el disgusto, compartió los dulces con su amigo.