Reflexiones

Un café y una sonrisa

09/06/2019 - Hace 5 años en Internacional

Un café y una sonrisa

Reflexiones | 09/06/2019 - Hace 5 años
Un café y una sonrisa

Soy madre de tres hijos de 14, 12 y 3 años, y recientemente terminé mi carrera universitaria.

La última clase que tomé fue Sociología. La maestra estaba muy inspirada con las cualidades que yo deseaba ver, con las cuales cada ser humano había sido agraciado.

Su último proyecto fue titulado «Sonríe». Pidió a la clase que saliera y le sonriera a tres personas y documentaran sus reacciones.

Yo soy una persona muy amistosa y siempre sonrío a todos y digo «hola», así es que pensé que esto sería «pan comido», literalmente.

Tan pronto nos fue asignado el proyecto, mi esposo, mi hijo pequeño y yo fuimos a McDonald’s una fría mañana de marzo, era la manera de compartir un tiempo de juego con nuestro hijo.

Estábamos formados esperando ser atendidos, cuando de repente todos se hicieron para atrás, incluso mi esposo. Yo no me moví ni una pulgada y un abrumador sentimiento de pánico me envolvió cuando di vuelta para ver qué pasaba.

Cuando giré percibí un horrible olor a «cuerpo sucio» y junto a mí, vi que estaban parados dos hombres pobres; cuando miré al pequeño hombre que estaba cerca de mí, él sonreía, sus hermosos ojos azul cielo estaban llenos de la luz de Dios buscando aceptación.

Dijo «Buen día», mientras contaba las pocas monedas que traía. El segundo hombre manoteaba junto a su amigo (creo que era retrasado mental) y el hombre de ojos azules era su salvación.

Contuve las lágrimas. La joven despachadora le pregunto qué quería y él dijo: «Café; es todo, señorita» porque era para lo único que tenían, ya que si querían sentarse en el restaurante para calentarse un poco, tenían que consumir algo.

Entonces, realmente lo sentí, el impulso fue muy grande, casi alcanzo al pequeño hombre para abrazarlo, fue entonces que sentí todas las miradas en mí, juzgando mi acción.

Sonreí y le pedí a la joven despachadora que me diera dos desayunos más en bandeja separada y caminé hacia la mesa donde estaban los dos hombres sentados, puse la bandeja en su mesa y mi mano sobre la mano fría del pequeño hombre; él me miró con lágrimas en los ojos y dijo «¡Gracias!».

Me incliné dando palmaditas en su mano y le dije «No lo hice por ustedes, Dios está aquí actuando a través de mí para darles esperanza».

Comencé a llorar mientras caminaba para reunirme con mi esposo e hijo. Cuando me senté, mi marido sonrió y dijo «Es por eso que Dios te dio para mí, cariño, para darme esperanza».

Nos tomamos de las manos por un momento y en ese instante supimos la Gracia con la que fuimos bendecidos para ser capaces de dar.

Regresé a la universidad durante la última clase nocturna, con esta historia en mano. Entregué mi proyecto y la instructora lo leyó, entonces me miró y preguntó «¿Puedo compartir esto?»… yo asentí lentamente mientras ella pedía la atención de la clase.

Comenzó a leer y me di cuenta que nosotros, como seres humanos y siendo parte de Dios, compartimos esta necesidad para sanar a la gente y ser sanados. A mi manera, se lo hice sentir a la gente en McDonald»s, a mi esposo, hijo, a la maestra y a cada alma en el salón de clases, esa última noche como estudiante.

Me gradué con una de las lecciones mas grandes que jamás hubiera aprendido: ACEPTACIÓN INCONDICIONAL.

 

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