Los días 1 y 2 de noviembre, México celebra el Día de Muertos, una festividad arraigada y emblemática en la cultura mexicana. Esta celebración es conocida por su folclore, colorido y profundas raíces en las tradiciones del país.

El Día de Muertos es una celebración que involucra diversos elementos esenciales, como el pan de muerto, las calaveritas, el papel picado, el agua, el copal o incienso, la comida, la sal, los retratos, las calaveras de azúcar, las bebidas y las flores de cempasúchil.

La flor de cempasúchil, con sus tonos amarillos y naranjas, y su fragancia intensa, desempeña un papel fundamental en esta festividad, ya que está relacionada con una antigua leyenda prehispánica que representa la conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

La leyenda cuenta la historia de Xóchitl y Huitzilin, dos niños que crecieron juntos y se enamoraron. Tras la muerte de Huitzilin en una guerra, Xóchitl rogó a Tonatiuh, el Dios del sol, para unirse a él en la eternidad.

En respuesta, Tonatiuh la convirtió en la flor de cempasúchil, y un colibrí, que reconocía a su amado en forma de picaflor, se posó en ella, abriéndola y revelando su brillante color amarillo.

Según la leyenda, mientras existan flores de cempasúchil y colibríes en los campos, el amor entre Xóchitl y Huitzilin perdurará eternamente.

Además, esta flor tiene la creencia de guiar a las almas de los difuntos hacia la ofrenda en el mundo de los vivos, estableciendo un puente entre ambos mundos.

El Día de Muertos es una festividad arraigada en la cultura mexicana, reconocida y protegida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde 2008.

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