Se lleva a cabo el 5to. Aniversario luctuoso de Benjamin Domínguez en portales de presidencia municipal.
En este momento la casa de la cultura realizó una presentación fotográfica para recordar una vez más a Benjamin Domínguez.
Acerca de la biografía de Benjamin Domínguez, aquí te la presentamos.
Nació en Ciudad de Jiménez, Chihuahua, el 31 de marzo de 1942.
Sus padres fueron el señor Primitivo Domínguez Montelongo y la señora Rita Barrera de Domínguez, es el segundo de nueve hermanos.
Aprende sus primeras letras en la Escuela oficial Número 2192 “Mariano Jiménez”, cursa sus estudios de educación media en la Escuela Secundaria Federal “Profe. Miguel A. López” de Jiménez, Chihuahua.
Inició sus estudios profesionales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, en esta capital, a los 20 años de edad.
Más tarde ingresó a la antigua Academia de San Carlos, donde fue discípulo de Francisco Capdevilla, en grabado, y de Nicolás Moreno y Antonio Rodríguez Luna, en pintura.
Benjamín Domínguez se inició como pintor abstracto y siguió por esa corriente artística a lo largo de una década.
Después, decidió hacer una interpretación “posmoderna del barroco”, lo que le ganó la admiración y respeto de otros artistas.
El conocimiento del arte barroco lo adquirió por la cercanía con la colección de obras coloniales del Museo Nacional del Virreinato ubicado en Tepotzotlán, Estado de México.
Tuvo especial acercamiento con las obras en seda, marfil y las esculturas estofadas.
Después de visitar la National Gallery of Art en Washington, D.C., y encontrarse con la obra del holandés Johannes Vermeer, decidió regresar a las enseñanzas técnicas de la Academia de San Carlos y surgió en 1985.
Esto fue una serie inspirada en el cuadro “El matrimonio Arnolfini” del holandés Jan van Eyck. A partir de esta obra pintó alrededor de 20 variaciones en las que traslada a la modernidad a la pareja que vivió en 1934.
Su último proyecto expositivo se tituló “la Magia del presagio” de 34 cuadros.
En el mismo volumen, el pintor habla de sus inicios: “el día que nací, toda la noche estuvo lloviendo, y algo insólito en una ciudad desértica como Jiménez, Chihuahua.
El día siguiente llegaron los vientos y con éstos los húngaros, temprano, como todos los años, plantaron su carpa al final de la calle donde vivían mis padres”.
Continúa: “crecí con los hijos de los gitanos y siempre tuve la cercanía con las artes adivinatorias que los caracterizaban. La quiromancia es uno de los temas recurrentes en mi obra.
Mi encuentro con el cine y la pintura se dio a los 13 años; me contrataron para pintar los carteles que anunciaban las películas, en los cines de mi pueblo.
Pinté a los grandes actores de la época; ahí aprendí a pintar y a conocer el lenguaje cinematográfico”.
Benjamín Domínguez llegó a la Ciudad de México a los 20 años para estudiar en la Escuela Nacional de Artes Plásticas.
Esto fue porque “en mi pueblo no había nada, aunque había una señora (Carolina Estavillo) ya grande que pintaba muy clásico, que se me hacía maravilloso. Ella me metió la idea del clasicismo”
De su maestro Luis Nishizawa aprendió a conocer “la alquimia del arte, el uso de los aceites, los barnices, los bálsamos”.
Su encuentro con el barroco se dio ese mismo año. Al salir de la escuela (1969) entró a trabajar al Museo Nacional del Virreinato.
Fue en el área de museografía bajo el mando de Jorge Guadarrama.
Allí tuvo la oportunidad de estar cerca de las telas, los brocados de seda, los marfiles y sobre todo de los maestros del arte virreinal, de los que aprendió a comprender la imagen barroca.
En 1985, Domínguez pintó el proyecto “más ambicioso” de su carrera, exhibido bajo el título de Homenaje a Jan van Eyck:
variaciones sobre el matrimonio Arnolfini, en el Museo del Palacio de Bellas Artes. Luego, itineró en Monterrey y Zacatecas.
Todo, explica, “sucede dentro de una habitación en la que una pareja se casa.
Los 20 cuadros que pinté empiezan cuando el hombre y la mujer comienzan a amarse, a odiarse, a destruirse dentro de esa alcoba en una trama obsesiva formada por la infinidad de símbolos que los rodean”.
Con motivo de la exposición Barroco, el artista señaló que el título “no podría reflejar con más claridad no sólo mi trabajo, sino la época en que vivimos.
Nunca habíamos tenido un periodo barroco tan complicado, en el que somos rebasados por una serie de problemas, pero sobre todo por la tecnología que nos abruma, ya que no somos capaces de caminar a su paso.
Esto nos crea un conflicto interior barroco, en el sentido de la lucha de los contrarios: bien/mal, moderno/antiguo”.
De allí que su obra es “un estudio interiorista de ese hombre que somos, en conflicto continuo”. En aquella ocasión también dijo:
“muchos me critican porque hago cuadros bonitos, aunque no veo el conflicto allí.
Entonces, hay la necesidad de cambiar, darle un giro brutal y acercarlo a la realidad, pero no se puede disociar del arte clásico, antiguo, porque manejaron los mismos temas, teníamos los mismos problemas.
“Ahora se agregan cosas más contemporáneas, pero el arte no tiene épocas. Eso es para los historiadores, los que clasifican.
Los retratos romanos son los mismos que los de ahora, la misma luz de tres cuartos; sólo cambia la técnica, la pincelada.
No creo mucho en la modernidad del arte, pero al parecer encontré por allí una vena que buscaba: la del dolor”.
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