Cuando estás conociendo a alguien por primera vez, le muestras pequeños pedazos de tu alma. Es posible que ni siquiera les digas: «Sé delicado, porque esta tela está tejida suavemente para que tu alma la pruebe«.

Sin embargo, a veces llevarán tu alma tan perfectamente que serás testigo de ti mismo en ellos. Reconocerán cuán fácilmente encajan sus almas. Cubierto con el de ellos, verás que tu esencia toma una nueva forma.  

El amor es probarse las almas del otro una y otra vez hasta que ya no se siente como un juego de disfraces. El tejido de vuestros seres se unirá y emergeréis de él como un capullo de seda. Te transformas por la forma en que tus energías se tocan.

Si puedes aparecer, crudo y sin filtrar, con otro humano también los experimentarás. Experimentarás la reacción química entre ambos. En el amor, la parte de ti que compartes se exterioriza. Eres testigo de tu propia alma como una entidad viviente, que respira y se mueve.

Aunque sea rechazada por el otro, nada se perdió y todo se ganó. Compartir tu alma no es sólo una ofrenda y una invitación de amor. Compartir tu alma es también un acto de amor propio.

Cuando das las partes rotas y descartadas a otro, se insufla un nuevo amor en ellos. Incluso si usted es el que está haciendo la respiración. Cuando eres testigo de cómo se extraen esas partes de tu núcleo, renacen. Acunamos esas cicatrices y recuerdos como un niño recién nacido. Se cultiva un nuevo amor por uno mismo.

Cada vez que compartes tu alma, tu amor y conexión con ella crece. Las sombras se iluminan, los colores se profundizan y las experiencias se enriquecen. Cuando te enamoras, no te enamoras de otro. Te enamoras de la forma en que tu alma baila contra el tejido del otro. No hay nada que perder al compartir tu alma con el mundo. Sólo hay amor que ganar.