Este soy yo rindiéndome a la vida que estoy destinado a vivir. Este no soy yo renunciando a mi poder, este soy yo proclamando mi poder.  

Me rindo al hecho de que no lo sé todo, que nunca lo sabré todo, que se supone que no debo saberlo todo. Me rindo a la noción de que no todo va a suceder y me doy cuenta exactamente de cómo ya está en mi cabeza, hay cosas más grandes en la tienda, cosas tan grandes que ni siquiera he tenido la capacidad de comprenderlas todavía.

La vida no se desarrollará en el orden que yo quiero, se desarrollará en el orden que yo necesito.

Me entrego a la idea de que no todo es lo que parece; Simplemente estoy en medio de mi propio trabajo en progreso. Hay oportunidades de las que aún tengo que entablar amistad, tareas que aún no están cerca de completarse y semillas de mi propio crecimiento que aún no han comenzado a brotar.

Me entrego a ella. A la chica que todavía está aprendiendo su voz, a la que no sabe del todo lo que quiere, a la chica que pasa todas las mañanas reparando las partes de ella que necesitan estar fuertes para los días venideros. 

Me rindo a cada gramo de pena que he albergado, todo lo minúsculo o monumental que he perdido. Las cosas que me han quitado son sinónimos de las cosas que me han dado, esas dos son siempre un acto de equilibrio de ser lo mismo y, francamente, no tengo control total sobre ninguna de las dos.

Me entrego al panorama general, a mi plan que está pavimentado exactamente para mis pasos a pesar de lo lejos que puedo ver. Me rindo a mi alegría ya la verdad despiadada de que todos debemos reducir la velocidad y priorizar nuestra paz sobre lo que consideramos nuestro progreso.

A la vida que quise vivir, a las personas que debo amar, a los lugares a los que debo ir y a la persona en la que debo convertirme.