Durante años, Leandro de Souza fue conocido por llevar su cuerpo como una obra viviente: más del 95 % de su piel estaba cubierta por tatuajes. Su rostro, torso, brazos, piernas, e incluso globos oculares, estaban teñidos con tinta permanente. Era un ícono en el mundo del body art extremo, un referente de la modificación corporal y una figura infaltable en convenciones y redes sociales.}

Sin embargo, en un giro que nadie vio venir, Leandro anunció que renunciaba a ese estilo de vida. Y no se trató de una simple pausa o reflexión estética. Fue una ruptura profunda con lo que había sido su identidad durante más de dos décadas.

Su historia comenzó a los 13 años, cuando se hizo su primer tatuaje. Desde entonces, la tinta se volvió una adicción. Pero no fue la única. Leandro cayó en un mundo de excesos que incluía drogas, alcohol y relaciones tóxicas. Uno de los momentos más duros fue su divorcio, una experiencia que lo dejó emocionalmente devastado y que se convirtió en el catalizador de su cambio.

“Llegué al fondo. Me vi solo, perdido, sin propósito. Ahí fue cuando Dios me encontró”, confesó en uno de sus videos virales de Instagram, donde ha documentado su proceso de conversión religiosa.

Desde su primer acercamiento al cristianismo, Leandro ha ido dejando atrás poco a poco muchas de las prácticas que antes eran parte de su día a día. Ya no frecuenta los espacios donde antes se sentía cómodo, y ha dedicado su energía a la oración, el estudio bíblico y la reflexión.

Su aspecto físico sigue siendo impactante. Los tatuajes no han desaparecido, pero ahora, más que un símbolo de rebeldía, representan para él cicatrices de un pasado del que ha salido con esfuerzo, dolor… y fe.

“No quiero borrar mi historia, pero tampoco quiero vivir en ella”, declaró. Su mensaje tocó a miles de seguidores, muchos de los cuales se sienten identificados con la lucha por salir de entornos destructivos.

Las redes sociales estallaron con comentarios. Mientras algunos lo acusan de "traicionar" el movimiento del body art, otros lo admiran por tener el coraje de cambiar de rumbo en público.

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