Por: Guillermo Fabela Quiñones

A la mitad del camino, título del libro que comienza a circular profusamente, el presidente López Obrador se encontró con una realidad que seguramente nunca imaginó: ser confrontado por la organización gremial que más lo apoyó en sus andanzas como candidato de Morena, la que más influyó en el voto consciente de amplios sectores de población sin esperanza de una salida del túnel abierto por la tecnocracia neoliberal: la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), enemiga acérrima de la mal llamada reforma educativa.

El inquilino de Palacio Nacional tomó las protestas de miembros de esta organización en su gira por Chiapas como un ataque a su investidura, no como lo que en el fondo es y será en lo que resta del sexenio: justos reclamos al incumplimiento de sus compromisos fundamentales para llevar a cabo la prometida Cuarta Transformación (4T). Así patentizó lo que se advierte en él, un estilo personal de gobernar que lo ata al pasado autoritario, aunque lo quiera disfrazar con una actitud formalmente distante a la que caracterizó al régimen del PRI y que acentuó el PAN.

El hecho de no reprimir las protestas de los ciudadanos hartos de tantos abusos e injusticias, como se hacía en el pasado, no significa que el presidente surgido de causas sociales no actúe de manera autoritaria. Lo está haciendo sin necesidad de mandar a las tropas a romper manifestaciones que considera improcedentes, pero que la realidad justifica aunque no lo acepte. Los hechos son los que finalmente darán la razón a quien la tenga.

Lo evidente, como afirmaron profesores de la CNTE en sus protestas en Chiapas, es que no hay aún evidencias concretas de querer modificar las relaciones de poder en el país. Es incuestionable que las élites siguen protegidas por el aura presidencial, sus intereses siguen intocados, como se advierte en las políticas públicas que debieran ser el motor de cambios estructurales imprescindibles. Baste como simple referencia la cautela con la que se ha llevado a cabo la eliminación del outsourcing, la reparación de daños por la explotación minera por los súper magnates del ramo, la imposibilidad de poner fin a la explotación de agua por monopolios en detrimento de poblaciones enteras y del medio ambiente.

Nada tienen que ver, como lo quiere hacer creer el presidente, las protestas de grupos de la CNTE con los actos del movimiento neonazi conocido como Frena. Equipararlos no es solo una aberración política sino un desatino inadmisible. Los profesores contestatarios actúan bajo premisas de justicia social largamente negada al pueblo; los últimos con un criterio clasista orientado a fortalecer su predominio sobre la inmensa mayoría de la sociedad y evitar mínimos avances democráticos, los cuales buscan acelerar los maestros ante el inmovilismo oculto detrás de posturas y decires retóricos y demagógicos.

Puede afirmarse que, con esta gira en Chiapas, el presidente López Obrador se encontró con una realidad que se pretendía ocultar con una propaganda que no se ajusta a los hechos. Lo lamentable es que esta situación podría evitarse, toda vez que el mandatario quisiera pasar a la historia como el mejor presidente de México; pero es una meta imposible si no son compatibles los hechos con la realidad. El más claro ejemplo de esto es que el principal problema estructural de la nación, la desigualdad, sigue agudizándose.

No es dividiendo más el país entre el norte y el sur como se podrá superar, sino uniéndonos a los mexicanos con políticas públicas estratégicas orientadas a este fin. Asimismo, mientras la impunidad siga con su faceta histórica, jamás será factible un estado de derecho que facilite el desarrollo. Pero esto no lo quiere aceptar el presidente, quiere hacernos creer que ya no existe, como tampoco la corrupción. ¿Cómo quiere que se le siga aplaudiendo incondicionalmente?

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