Por: Guillermo Favela

En cualquier proceso histórico orientado a cambiar un estado de cosas que anclan en el pasado a la sociedad, se presentan obstáculos extraordinarios que sólo pueden superarse con el apoyo de los sectores sociales más afectados. Es lo que hoy nos está ocurriendo, pues sin duda va en serio un cambio de régimen, que barra la suciedad que se fue acumulando en décadas, situación que provocó una desigualdad dramática como en ningún otro país de América Latina.

Es natural que las élites conservadoras y los grupos afectados se opongan con toda su fuerza, no lo es en cambio que dentro de los sectores que aparentemente apoyan el proceso de transformaciones progresistas, haya quienes asumen actitudes que a final de cuentas lo obstruyen y dificultan aún más lo que necesariamente es de por sí muy complejo. Es el caso de los radicales que se dicen de izquierda y adoptan comportamientos que empatan con el radicalismo de los conservadores.

Asimismo, es incomprensible que un partido en proceso de construcción se ponga piedras en el camino, como lo está haciendo Morena al no actuar con visión estratégica ni tomando en cuenta una realidad incontrovertible: Se ganó la Presidencia pero falta lo fundamental: La toma del poder como lo hacen (o lo intentan) los partidos que tienen como meta transformar las estructuras del Estado desde su raíz, y ejercerlo con tácticas que fortalezcan la base social, motor concreto de los cambios que derrumben al viejo régimen. Objetivo aún más difícil si el compromiso con el pueblo es lograrlo sin violencia.

En este sentido, es incomprensible la propuesta de la dirigente de Morena, Yeidckol Polenvski, de quitarle al partido hasta 75 por ciento de sus prerrogativas, lo cual redundaría en desacelerar su construcción y minimizar su viabilidad de ser la vanguardia de la Cuarta Transformación. Es de elemental sentido común que así sucedería, mientras que la oposición continuaría su labor de zapa con los apoyos que buscaría, aquí y en el extranjero, a fin de suplir la reducción que se aprobara del subsidio que reciben los partidos por medio del INE, institución que a su vez se opone a ver disminuidos sus recursos.

En esta coyuntura, lo sensato es que Morena se fortalezca y asuma su papel de partido de vanguardia capaz de movilizar a la sociedad para concretar lo que el presidente López Obrador definió como «cuarta transformación». Es suicida que muchos de sus militantes, quienes carecen de convicciones y una mínima preparación política, provenientes de institutos políticos incluso conservadores, de la noche a la mañana tengan acceso a posiciones de poder. Y además de esta insensatez, ahora el propio partido pretenda hacerse un harakiri cortándose de tajo 75 por ciento de su cuerpo.

En este momento lo razonable es que Morena tenga recursos suficientes para hacer las tareas que le corresponden como partido en el poder. Es inconcebible, por ejemplo, que el Instituto de Formación Política que se aprobó hace meses, no pueda llevar a cabo su trabajo por carecer de una partida mínima. Cabe recordar que el PRI se convirtió en partido hegemónico gracias a que nunca escatimó recursos para consolidarse. Esto no significa que Morena abra la llave de los derroches, sino que actúe con sentido común.  Lograrlo es una necesidad, más ahora que el Ejecutivo busca un cambio de régimen de alcances históricos. Y sin violencia.

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