Por: Guillermo Fabela Quiñones              

Cuando se creía que la fase crítica de la pandemia estaba cediendo para dar paso a la que se bautizó como “nueva normalidad”, con pánico y desesperanza vemos que no es así, no sólo en México sino en los principales países europeos y particularmente en nuestro poderoso vecino del norte. Esto nos lleva a vislumbrar un panorama más dramático en el primer trimestre del 2021, cuando a los efectos del COVID-19 se sumen sus consecuencias sociales, económicas y políticas, incrementadas por mayores conflictos geopolíticos una vez que se conozcan los resultados de las elecciones en Estados Unidos.

Todo apunta que Donald Trump será el perdedor; asimismo, que por primera vez en la historia se suscitará un conflicto poselectoral cuyas consecuencias se harán sentir en el mundo, y desde luego en México. Ante la inminencia de tal situación, el canciller Marcelo Ebrard comenzó a hilvanar un discurso menos obsequioso con el Mandatario estadunidense. Así lo hizo notar al señalar que el manejo que se hizo del caso que llevó a la detención del exsecretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, “causó profundo descontento”. Puntualizó que “después del proceso electoral de la semana próxima se darán detalles y el seguimiento que se ha dado”. Se quejó de que “no se compartió la información” sobre las pesquisas.

Como quiera que sea al resultado, la situación en nuestro país seguirá como hasta ahora, con riesgo de más complicaciones si el presidente López Obrador continúa sin demostrar congruencia entre sus palabras y los hechos, sin un asomo de autocrítica y sin poner como prioridad la estrategia de fortalecer la unidad nacional en torno a la lucha contra la emergencia sanitaria, lo cual conlleva al imperativo de buscar mecanismos viables para fortalecer finanzas públicas verdaderamente sanas, sin aumentar impuestos ni crear nuevos, sino con base en una economía que haga menos dramático el sacrificio de las clases mayoritarias en el arranque del próximo año.

En este sentido, es explicable la necesidad de mantener la unidad de las fuerzas armadas, no con el fin de que se relaje la disciplina como sucedió en el periodo neoliberal, sino con el propósito de que se asuma con patriotismo el compromiso histórico de consolidar un régimen acorde con la urgencia de aprovechar al máximo las oportunidades que se presenten con la crisis global por la pandemia y el colapso económico por los abusos del neoliberalismo. El pueblo está consciente de que no es fácil enfrentar esta coyuntura, sabe sin duda que de haber continuado en el poder la mafia neoliberal, enquistada desde 1983, la realidad en este momento sería dantesca. La estarían aprovechando para hacer más negocios.

Por eso, el pueblo espera que el presidente López Obrador actúe como lo prometió, de no mentir ni engañar a la sociedad, mucho menos a las clases sumidas en la pobreza y la marginación. El optimismo sin bases en la realidad es contrarrevolucionario. Estamos mucho mejor que lo que estaríamos de haber continuado al frente del Estado la mafia corrupta que soñaba quedarse seis años más en Los Pinos. Pero esto dista mucho de lo que se necesita para dejar atrás las causas de los terribles problemas que nos dejó esa organización ligada al crimen organizado.

En todo proceso de cambios estructurales es vital la autocrítica, así lo patentizan ejemplos exitosos en épocas históricas complejas. Esta actitud no se observa ni por asomo en el actual jefe del Ejecutivo federal. Es preciso insistir en ello, con ánimo constructivo, como lo requiere la situación del momento. De ahí el imperativo de que la oposición tome en cuenta la coyuntura y deje de lado intereses partidistas y visiones mezquinas. Sobre todo porque es un hecho contundente, incuestionable, la derrota que sufrió la mafia salinista. Aunque sigan soñando en su regreso al ver las contradicciones del Mandatario. Por eso mismo, un retroceso es posible, pero hacia un régimen autoritario que no convendría ni a la cúpula empresarial.

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