Por: Guillermo Fabela Quiñones

A un año del inicio de la Cuarta Transformación, puede afirmarse que el mayor logro del presidente López Obrador es haber evitado el desbordamiento de las pasiones viscerales de los conservadores que no admiten el cambio de México; quienes han hecho todo lo que tienen a su alcance, que no es poco, para desestabilizar al país y así crear condiciones objetivas para contar con apoyo internacional a sus demandas antidemocráticas y golpistas.

A un año de haber tomado las riendas del poder, el apoyo del pueblo al régimen que encabeza el político tabasqueño sigue incólume, incluso con matices de mayor convicción en que se va por el camino correcto, porque ahora se valora más el trabajo que lleva a cabo desde la primera magistratura, para sacar al país de la crisis estructural que dejaron seis sexenios de entrega del Ejecutivo federal a los designios de poderes fácticos sólo preocupados por sus intereses particulares.

Han sido 12 meses de arduo trabajo político y administrativo, orientado a frenar la marcha de las instituciones nacionales hacia su crisis terminal, como así hubiera sucedido de haberse consumado un escandaloso fraude electoral en julio del 2018. Esto lo sabe el pueblo intuitivamente, pero también lo reconocen ya los principales dirigentes de las cúpulas del empresariado nacional, como los de la Concamin y la Coparmex, entre otros.

Se sabe ahora, luego de un año, que el presidente López Obrador tiene firmes convicciones democráticas; que dista mucho de ser un “peligro para México”, en tanto que actúa con la madurez que le dan los años y, sobre todo, el conocimiento a fondo de la realidad del país como ningún otro Mandatario, con excepción del presidente Lázaro Cárdenas. De ahí que se haya ganado a pulso el reconocimiento de la comunidad internacional, pese a las campañas perversas de los conservadores en los medios y foros globales.

Es tal la frustración de estos ante su fracaso, que cabe esperar reacciones más irracionales y violentas en los meses por venir. Saben que a medida que avanzan los meses el Mandatario consolida su poder, en forma real, porque se lo gana con hechos concretos, como se ha visto en los 12 meses anteriores, en los cuales sentó las bases legales para extirpar la gran corrupción que tanto daño ha causado al tejido social, así como las causas estructurales de la violencia y la inseguridad pública. De ahí las crecientes arremetidas de grupos extremistas contra el Ejecutivo federal y sus políticas, en un entramado de turbulencias provocado por neoporfiristas con fines propagandísticos.

Sin embargo, todos sus intentos han fracasado, porque el ciudadano común tiene conciencia política, adormecida por tantos años de inmovilismo y simulación. De ahí la validez del comentario juarista que tanto recuerda el Mandatario tabasqueño: “El triunfo de la reacción es moralmente imposible”. Lo es porque su inmoralidad es manifiesta y ya no importa que se pongan, sus adalides, máscaras de demócratas y “humanistas”.

El pueblo los tiene identificados y conoce su verdadero rostro. Por eso el ostentoso fracaso de todos y cada uno de sus intentos por desestabilizar el proceso reformista de López Obrador. El 2020, en consecuencia, es el parteaguas de la 4T. El reto es cómo impulsar con más fuerza la redistribución del ingreso, y favorecer una microeconomía que sirva de motor a los avances que apuntalen su irreversibilidad.

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