Por: Guillermo Fabela Quiñones

Según el punto de vista del presidente López Obrador, “en el peor momento contamos con el mejor Gobierno”. Está en lo cierto, comparativamente con los sexenios del periodo neoliberal. Pero es al pueblo a quien le corresponde aquilatar la realidad nacional, pues como dice el dicho, “alabanza en boca propia es vituperio”. Esta era una de las características del régimen derrotado en las urnas, no conviene que el Presidente de la Cuarta Transformación (4T) siga por una ruta tan trillada.

Luego de dos años al frente del Ejecutivo, las clases mayoritarias le agradecen al Mandatario poner fin a la “presidencia imperial”, al boato monárquico que llegó a ser una forma de vida de la burocracia dorada, que se magnificó hasta adquirir perfiles delictivos cuando los tecnócratas apátridas sepultaron al PRI histórico. Le agradecen enfrentar la corrupción en donde más daño hace al país: Las altas esferas de los poderes fácticos; le agradecen, sin duda, imponer como norma de gobierno principios y reglas contra el desbocamiento de la codicia en el ejercicio de cargos públicos.

Se avanza en la impartición de justicia para los pobres, también es verdad que “en materia de seguridad pública ya no manda la delincuencia organizada, como era antes… ya no hay en el Gobierno federal funcionarios como (Genaro) García Luna”. Y en efecto, “ya está en marcha la nueva política económica sustentada en la moralidad, la austeridad y el desarrollo con justicia”. Sin embargo, ante la gravedad del daño infligido contra el pueblo en las últimas cuatro décadas, la lentitud es tan pasmosa que pone en riesgo la meta trazada por la 4T.

El propio Presidente lo sabe, por eso afirmó que la mejor manera de evitar retrocesos en el futuro, “depende mucho de continuar con la revolución de las conciencias para lograr a plenitud un cambio de mentalidad, que cuando sea necesario se convierta en voluntad colectiva dispuesta a defender lo alcanzado, en beneficio del interés público y de la nación”. Con todo, hasta el momento no se ha visto que tenga la voluntad suficiente para “continuar la revolución de las conciencias” que dio inicio durante la campaña electoral en el 2018.

En este punto, se observa un freno notorio, más evidente con el pragmatismo del Mandatario que obstaculiza el necesario cambio de mentalidad que exigen las actuales circunstancias. Esta forma de hacer política satisface a la cúpula oligárquica, pues deja al pueblo sin la voluntad colectiva para “defender lo alcanzado”. De ahí que sus principales dirigentes estén dispuestos a seguir colaborando con el régimen de la 4T, al comprender que “la lucha contra la corrupción era lo que hacía falta”, como reconoció Carlos Salazar Lomelín, dirigente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE).

Esto sería positivo si el Mandatario impulsara cambios estructurales necesarios para que políticas públicas progresistas combatan eficazmente la desigualdad. Esta es una asignatura pendiente en su agenda, pues no bastan las ayudas asistencialistas para alcanzar una meta de tal magnitud, sino que la rectoría del Estado en la economía sea un hecho irreversible. Y tal como están las cosas, en el 2021 no habrá condiciones para avanzar en esa dirección.

Por eso es una balandronada sin bases lo dicho por el líder de la bancada de Morena en la Cámara de Diputados, Mario Delgado: “Nada ni nadie podrá detener la regeneración de la vida pública del país… En la 4T el Presidente está sometido a controles constitucionales que nunca antes había tenido”. Es verdad, como también lo es que dichos controles no son favorables a la regeneración, sino a la regresión de la vida pública, en tanto que el nuevo régimen parece no darse cuenta que la derecha afila sus garras para dar un zarpazo que ponga fin a los sueños progresistas de un gobierno incapaz de salvaguardarse a sí mismo.

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