Por: Guillermo Fabela Quiñones

La actitud asumida por el presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, en relación con el modo de enfrentar el problema migratorio por parte del secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, dignifica el papel de la actual Legislatura, en cuanto que asumió su papel de contrapeso del Ejecutivo con argumentos bien sustentados en la realidad. Es saludable que así sea, pues la división de poderes debe ser uno de los pilares  que sustenten la «Cuarta Transformación» de la República.

Son inobjetables los cuestionamientos de Muñoz Ledo sobre el papel del titular de Relaciones Exteriores  en el espinoso asunto del problema migratorio y las presiones del presidente Donald Trump. Para el legislador no hay duda que invadió los terrenos de la Secretaría de Gobernación al movilizar a la Guardia Nacional, papel que le compete a esta dependencia con fines de contención a la ola migratoria en la frontera Sur, con el objetivo de “quedar bien con Trump”.

Muñoz Ledo mira con ojos estratégicos la relación bilateral con Washington. Mientras Trump nos doblegue, con sus chantajes irracionales, más subirán sus bonos entre la masa radicalizada que ve en el magnate a un líder “valiente” al que no le tiembla la mano para conducir a Estados Unidos al primer sitio que saben está perdiendo, y suponen que lo que hace falta es alguien como Trump. En ese sentido, tiene razón Muñoz Ledo al mostrar su preocupación por el rumbo que está tomando la relación con la Casa Blanca.

Por otro lado, es incuestionable la necesidad de no pelearse con Trump, pero también lo es el imperativo de mostrarse firmes en la defensa de los intereses indeclinables de México. Es evidente que mientras más avanza el magnate más terreno quiere abarcar, aunque en ello afecte a sus interlocutores. Y lo que puede ocurrir en este asunto tan complejo, como lo es la imposición de “tercer país seguro”, es que una vez aceptada el gobierno mexicano tendrá que asumir responsabilidades para las que no está preparado ni cuenta con los recursos económicos mínimos.

Entonces, lo que habría de suceder es que perderíamos más que con el aumento de aranceles, y de cualquier modo se quedarían abiertas las puertas para que Trump siguiera adelante con nuevas presiones, cada vez más calamitosas y duras, porque tendría al gobierno del presidente López Obrador en un puño. De ahí la importancia de mantener una actitud firme ante la Casa Blanca, respetuosa sin duda pero fincada en el imperativo de salvaguardar la soberanía nacional y la dignidad.

Todo tiene un límite y Trump ya lo rebasó, no sólo en lo referente a la relación bilateral entre México y Estados Unidos, sino al afán de imponer sus condiciones de manera soez y soberbia. De ahí la trascendencia de que el Ejecutivo sopese llamar la atención mundial sobre la urgencia de contar con la solidaridad universal en la lucha por la soberanía contra un rival que a toda costa nos quiere engullir, como sucedió en el pasado.

Esto no significaría un enfrentamiento con Trump, sino una estrategia defensiva en un momento decisivo, no sólo para nuestro país, agobiado por más de tres décadas de saqueo por las élites, facilitado por una burocracia corrupta e irresponsable, sino para la humanidad que ahora se juega su futuro y corre riesgos apocalípticos.

[email protected]

Twitter: @VivaVilla_23