APUNTES… Lecciones claras del repentino apagón
Por: Guillermo Fabela Quiñones
El sorpresivo corte de energía eléctrica, que afectó vastas regiones del norte de México, sirvió de pretexto a la cúpula empresarial para presionar al régimen con el fin de que la Ley de la Industria Eléctrica, propuesta por el Ejecutivo, no cambie la correlación de fuerzas, altamente favorable al sector privado a partir de la reforma energética aprobada en 2013.
Está visto que no se han dado cuenta que, por las condiciones de terrible desigualdad que prevalecen en México, resulta beneficioso que el Estado asuma la rectoría económica, pues de no hacerlo las élites criollas serán arrasadas por las grandes corporaciones trasnacionales, como lo estamos viendo en el mundo, con más fuerza a partir de los años ochenta del siglo pasado. Quieren el negocio completo, con el Gobierno como simple administrador y ejecutor de las maniobras que pongan a salvo sus ganancias.
El dirigente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelín, con el pretexto del súper apagón del domingo, que afectó también amplias zonas del territorio de Estados Unidos, debido a las bajísimas temperaturas que afectaron el suministro de gas, hizo el reclamo siguiente: “La nación requiere competencia en generación de energía eléctrica. Si hay sobre oferta, ¡qué bueno! Dejemos que los privados, que ya han invertido más de 44 mil millones de dólares en la generación, bajen el costo de la electricidad”.
¿Acaso no fue durante los últimos veinte años que las tarifas crecieron exponencialmente, cuando empresas extranjeras, asociadas con prestanombres mexicanos, entraron de lleno al negocio de la generación de energía eléctrica? En su reclamo, el dirigente empresarial afirma: “El orden del despacho propuesto en la iniciativa se aleja de la forma de operar en los sistemas eficientes del mundo que pretende beneficiar a los usuarios… la iniciativa subordina el interés de los usuarios al beneficio económico de la CFE”. ¿No es eso precisamente lo que hacen empresas como Iberdrola?
La rectoría económica del Estado en ramas estratégicas, es un sistema estrictamente capitalista, necesario aún más en la actual etapa de creciente monopolización y acumulación de bienes y servicios. Los gobiernos de países industrializados, como los del Grupo de los Siete, son celosos guardianes de sus recursos estratégicos. No por ello los empresarios los acusan de estatistas. El arbitraje del Estado es imprescindible para evitar que los súper conglomerados globales se lo coman. En contraste con esta funesta marcha del capitalismo, está la desigualdad en ascenso, el principal problema de países emergentes como el nuestro.
El INEGI acaba de informar que 78.2 por ciento de la fuerza laboral del país percibe menos de siete mil 394 pesos fijos al mes, y 23 por ciento de ésta recibieron un salario mínimo. En dicha cifra está incluido el incremento de 20 por ciento al ingreso base. En consecuencia, el problema más escalofriante del país es la injusta distribución del ingreso, tal como lo muestran los hechos. No obstante que la actual administración federal rompió las ataduras del salario mínimo, el problema de la desigualdad sigue vivo y más calamitoso cada día.
Pero esto no lo perciben los barones del dinero, ni tampoco el presidente López Obrador, quien sigue aferrado a su convicción de que el problema central a resolver es la corrupción. Este flagelo se magnificó con el neoliberalismo a niveles terroríficos, lo que no significa que antes no existiera. En nuestro país se remonta a la Colonia, como corolario de la Conquista, y desde entonces se mantiene con vida. La seguirá teniendo mientras no se corten sus raíces de tajo.
Si el Mandatario tiene como su principal objetivo erradicar la corrupción en su sexenio, se puede afirmar que saldrá frustrado de Palacio Nacional. Mucho más positivo sería su Gobierno, si evidenciara con hechos interés en combatir las causas estructurales del fenómeno: la dramática desigualdad social, el atraso educativo, la ausencia de una política industrial que eleve la productividad en el país. Y sobre todo, la defensa irrestricta de nuestros cada vez más escasos recursos naturales. La corrupción surge y se magnifica cuando encuentra campo propicio. La voracidad de las élites es su principal alimento.
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