Por: Guillermo Fabela Quiñones

Con el COVID-19 demostrando la eficacia de la guerra bacteriológica para acabar con los menos aptos, los causantes de la dramática pobreza y la desigualdad que agobia y embrutece a más de dos terceras partes de la humanidad, pretenden zafarse de su responsabilidad histórica culpando al virus. Un ejemplo de esto es la persistencia de las declaraciones en ese sentido del secretario general de la OCDE, José Ángel Gurría, quien no tiene empacho en afirmar que “la pandemia ampliará la abismal desigualdad en América Latina”.

Señaló cínicamente que la región padece “la maldición de la informalidad”, cuando ésta es una más de las consecuencias de la explotación que llevan a cabo las grandes corporaciones globales de los recursos naturales y de la mano de obra local. ¿Cómo olvidar que la desigualdad se generalizó y creció exponencialmente con la imposición del neoliberalismo? Ahora sus testaferros, como Gurría, quieren echar la culpa a la pandemia de los problemas que generaron en cumplimiento a las instrucciones del FMI y del Banco Mundial.

Les aterra la posibilidad de que este flagelo impulse anhelos de liberación de los pueblos sumidos en el oprobio, de ahí que los directores de los organismos al servicio del uno por ciento de la humanidad, se estén adelantando a ese riesgo y pretendan confundir a los pueblos con declaraciones engañosas, como lo hace Gurría, cuyo alias, cuando fue uno de los cerebros del salinato, lo define claramente: “El ángel de la dependencia”.

Las súper potencias de Occidente tienen pánico a que los pueblos despierten, se liberen de sus cadenas. Pretenden utilizar el flagelo para lavarse las manos de su culpabilidad como causantes de que la humanidad esté al borde del apocalipsis bíblico. Por eso ven con suma preocupación que México se zafe de la férula imperialista, aunque no haya un riesgo mayor en esa dirección en cuanto que no hay condiciones objetivas para una transformación a fondo de la realidad nacional.

Sin embargo, es preocupante para ellos el solo hecho de que un Gobierno como el que encabeza el presidente López Obrador, prosiga su compromiso reformista más allá de lo permitido por la misma dinámica del proceso. De ahí los zigzagueos del Mandatario, obligado por las circunstancias y su propio estilo de gobernar. Es como si caminara en una cuerda floja a quinientos metros de altura, expuesto a ventiscas de todas direcciones. Sólo podría cruzar el abismo en la medida que pueda y sepa aprovechar vientos favorables.

De ahí la importancia de que él mismo se quite cargas que frenan su complejísima caminata. Así como no es razonable que haya un Gobierno rico con un pueblo sumido en la pobreza, tampoco lo es frenar la viabilidad de su propio Gobierno con políticas públicas que obstaculizan un desarrollo sostenible. La secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, recomendó: “Es muy urgente adoptar medidas de estímulo… acciones llamadas contracíclicas, pueden ayudar a potenciar el ingreso del ciudadano, además de un bono contra el hambre”.

Está en juego no sólo el futuro de la Cuarta Transformación (4T), sino la viabilidad de México de superar los estragos de la epidemia más terrible que jamás hayamos padecido, la del neoliberalismo y sus apocalípticas consecuencias. Según el Centro de Estudios Espinosa Yglesias, el monto necesario para solventar tres meses de confinamiento es de tres a 3.5 por ciento del PIB, en lo que coinciden economistas de la UNAM. Es ahora o nunca.

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