Por: Guillermo Fabela Quiñones

Hay días que pareciera que las relaciones entre el Ejecutivo y los sectores con más capacidad económica se salen del marco de urbanidad que se ha venido manejando. Esta semana subió de tono la confrontación por el proyectado aeropuerto de Santa Lucía, el cual insiste en concretar el presidente Andrés Manuel López Obrador, mientras que quienes iban a ser beneficiados por la obra en Texcoco siguen sosteniendo su inviabilidad. Este escenario lo aprovechan a su vez los grupos de presión obsesionados con la continuación del modelo neoliberal.

El trasfondo del problema es precisamente éste: hacer fracasar la estrategia política del régimen y asegurar la continuidad del sistema implantado por los centros de poder financiero global, los cuales cuentan con la cúpula empresarial de México para lanzar sus embestidas, como lo patentiza la andanada de los últimos días con el pretexto de criticar el Plan Nacional de Desarrollo (PND), el cual, afirmó el sector empresarial en pleno, “es un listado de buenos deseos”. Aprovechó para afirmar que “la inseguridad puede afectar la decisión de invertir”.

Como están viendo que la voluntad política del tabasqueño por seguir adelante con la Cuarta Transformación sigue firme, están cerrando filas para presionar con más intensidad a un gobierno con apenas un semestre de ejercicio en un marco de crisis generalizada, que aprovechan los beneficiarios del modelo neoliberal para satanizar los cambios prometidos; que los afectarían, sin duda, en la medida que avancen en la dirección trazada en el PND. Sin embargo, no paran mientes en que López Obrador también ha demostrado moderación y estar dispuesto a negociar con los grandes grupos de poder.

Con todo, le tienen pánico a su audacia política que los saca de balance, como se observa cada vez que toma decisiones imprevisibles, como la de reunirse con Mark Zuckerberg, a quien pidió apoyo para llevar Internet a todo el país a partir del uso de la infraestructura de energía eléctrica que llega al 95 por ciento del territorio nacional. Obviamente, no están acostumbrados, luego de más de tres décadas de tecnócratas cuadrados y corruptos en el poder, a tratar con alguien así a quien no pueden controlar a su antojo.

En este escenario, salta a la vista un riesgo que no debe perder de vista el Ejecutivo: La falta de resultados en cuanto al mejoramiento de las condiciones económicas internas, y particularmente de las masas empobrecidas durante el neoliberalismo. La austeridad les está pegando muy fuerte en sus bolsillos, no en las voluminosas cuentas bancarias de los grandes empresarios. Esa es la gran diferencia, pero al mismo tiempo el punto de partida de las justas protestas de las clases mayoritarias y la voracidad injustificada de unos cuantos magnates.

La austeridad se manifiesta de modo dramático en el sector salud y en el educativo a cargo del Estado. Esto lleva a millones a pensar que nada ha cambiado, con lo que se echa por la borda la ardua tarea realizada por López Obrador en tan poco tiempo, a fin de rescatar a la nación del estercolero en que la dejaron los gobiernos neoliberales. Lo está haciendo, por eso mismo refunfuñan los barones del dinero, pues añoran los tiempos en que daban instrucciones y línea política al presidente.

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