APUNTES… ¿Qué sigue después de las provocaciones?
Por: Guillermo Fabela Quiñones
En su primer año, el nuevo régimen está enfrentando la impotencia de una reacción decidida a todo para evitar que siga avanzando en su proyecto transformador, de manera pacífica, estrategia que todos los días encuentra obstáculos con el fin de hacerla fracasar. Las provocaciones de la derecha están subiendo de tono, como se demostró el pasado lunes cuando una marcha contra los feminicidios fue rota por una turba de mujeres enmascaradas que superó el vandalismo de otras ocasiones.
La consigna que llevaban se hizo evidente al paso de los minutos: Crear las condiciones para que la fuerza pública interviniera con el propósito de acusar al régimen de represivo. Por esta vez no lo consiguieron, pero en la medida que la Cuarta Transformación siga su avance, como lo hemos sostenido, aumentará el nivel de las provocaciones y la furia reaccionaria de una élite conservadora que no permitirá el fortalecimiento de la democracia.
La derecha tiene pánico a tener que rendir cuentas, a sabiendas de que le hizo enorme daño al país desde hace más de ocho décadas, cuando “la revolución se bajó del caballo y se subió a los Cadillac dorados”, los autos de lujo de los años 40 y 50. Más temor tiene la tecnocracia que tomó el poder en 1982 con el apoyo de la Casa Blanca, porque a la corrupción que desplegó con una voracidad sin límites, aunó un proyecto siniestro de repartición de los bienes públicos a los mejores postores, con el Ejecutivo como aval y compinche principal.
Las andanadas contra el gobierno del presidente López Obrador van en aumento, para obligarlo a que use la fuerza pública y los orquestadores del sabotaje aprovechen la oportunidad de contar con “víctimas”, tema que llevarían a instancias internacionales en donde tendrían foro abierto, como por ejemplo la Organización de Estados Americanos (OEA), coludida con Washington para conducir a Latinoamérica al socavón del neofascismo.
Nada más importante en este momento para los poderes fácticos de la potencia imperial, que hacer fracasar los intentos moderados de la fracción socialdemócrata que busca, con enormes problemas de todo tipo, robustecer un régimen con ese signo ideológico. Está visto que no aceptan ni siquiera un cambio que dejaría intactos los mecanismos de la acumulación capitalista, pero sí pondría coto al principal de ellos: La corrupción desbocada que rompió las reglas del sistema político, como en su tiempo lo hizo Porfirio Díaz, para quedarse en el poder indefinidamente.
En esta dramática medición de fuerzas, entre el nuevo régimen y la clase oligárquica que se apropió de los bienes de la nación como patrimonio particular, al gobierno del presidente López Obrador no le quedará más opción que actuar en defensa de su legítimo derecho a salvaguardar la gobernabilidad y garantizar la paz social. No la de los sepulcros, como lo hizo el régimen terrorista de la tecnocracia neoporfirista, sino de la estabilidad bajo el amparo del mandato constitucional.
Ello explica la labor sediciosa de quienes están instigando al pueblo a una “cadena de oración” para sumar más de 30 millones de votos, con falacias tan perversas como la de que de seguir como vamos, “México será una nueva Cuba, una Venezuela, una dictadura en la que sus hijos serán propiedad del Estado”, como lo dice un sacerdote mexicano en un recinto extranjero, que no se identifica en el vídeo que circuló en la red. ¿Qué sigue ahora?
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