Por: Guillermo Fabela Quiñones

Es alentador que se esté viendo en el país un mayor interés por participar en las discusiones sobre los acontecimientos más sobresalientes de la vida nacional. Esto es una respuesta al quehacer político del presidente Andrés Manuel López Obrador, lo que a su vez ha producido una reacción de la derecha orientada a neutralizar la interrelación entre gobernantes y gobernados, cada vez más clara en el transcurso de los meses que lleva de ejercicio el nuevo régimen.

El objetivo fundamental es desestabilizar al Gobierno legítimamente constituido, pues quien lo encabeza ha demostrado tener plena claridad sobre el imperativo primordial de no caer en provocaciones. Hasta la cúpula del sector privado ha entendido que el único camino a seguir para no perder oportunidades de negocios es dialogar con López Obrador, abiertamente, no en lo oscurito como en el pasado.

Así lo dejó ver el propio mandatario al informar, en la mañanera en días pasados, que se había reunido con los 10 más connotados magnates para intercambiar ideas de manera franca, sin “chuecuras”. Por eso la camarilla ultra reaccionaria se desespera y considera urgente acelerar las etapas de la desestabilización, como lo patentiza la violencia extrema sin sentido que se está generando en varios estados del país.

En contrapartida, están surgiendo voces que ponen el dedo en la llaga de la derecha, como el llamado que hizo el sociólogo alemán, radicado en México desde hace más de dos décadas, Heinz Dieterich, quien en un artículo publicado en el portal de Carmen Aristegui, con repercusión en diversos países de América Latina, convocó a la construcción de una Vanguardia Ciudadana que genere un debate público para desenmascarar los intentos del conservadurismo mexicano, de propiciar lo que se conoce como “revolución de color”.

Lo contradictorio, aunque explicable, es que hay más interés en América Latina sobre el desempeño del Gobierno de la «cuarta transformación» que aquí. Esto tiene sustento en que los pueblos del subcontinente tienen más experiencias sobre los mecanismos y subterfugios que tiene la extrema derecha para desestabilizar gobiernos legítimamente constituidos. Pese a ello han logrado su objetivo en los dos principales países de la Patria Grande: Argentina y Brasil. De ahí su preocupación sobre lo que nos puede ocurrir a los mexicanos si no actuamos a tiempo, consciente y organizadamente.

Es presumible que la cúpula oligárquica comprenda con más claridad que la clase política, los intelectuales y dirigentes sociales, la necesidad de permitir a López Obrador prosiga su tarea en favor de avances democráticos, porque saben que éste no es un aventurero sino un habilísimo político que no va a cometer ninguna acción radical, como lo ha estado demostrando a pesar de la incomprensión de los dogmáticos de “izquierda”, que quisieran verlo colgando corruptos a diestra y siniestra.

Todo tiene su tiempo para un estratega en la guerra. El Poder Judicial es el que se está desgastando mientras López Obrador sigue avanzando por un camino plagado de piedras y abrojos. Hasta Germán Larrea, el más duro neoporfirista, se vio forzado a pagar lo que debía a los huelguistas en paro desde 2007. Dobló las manos porque ahora conjuntan su fuerza el Presidente y un sindicato con un dirigente comprometido con su gremio: El senador Napoleón Gómez Urrutia.

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