«Cuando veas las barbas de tu vecino cortar…
Por: Juan Alberto Esquivel y Cebrián
…pon las tuyas a remojar»; este dicho nos aconseja la sabiduría popular y nunca más oportuno recordarlo, luego de ver los penosos momentos que vimos el pasado 6 de enero en el Capitolio norteamericano, cuando un ególatra como el, todavía, presidente de esa nación, se niega a reconocer que sus conciudadanos ya no lo quieren como dirigente.
Este hecho nos trae algunos aprendizajes sobre los cuales vale el esfuerzo reflexionar: el primero es el peligro que los partidos políticos usen objetos de consumo electoral para ganar alguna elección, con votos fáciles. Por objetos de consumo electoral entiendo a esas personas que recomiendan y avalan los partidos políticos para funciones de Gobierno, que tienen una fuerte aceptación social (capital político) pero que, también, presentan una o más de las siguientes características:
1) poca o nula formación en la ideología y la disciplina partidaria;
2) poca o nula experiencia en funciones de gobierno;
3) un alto grado de egolatría y narcisismo que indican poca madurez personal para aceptar los resultados de una elección democrática.
El presidente Trump, efectivamente, tenía una gran aceptación social por su programa televisivo y por poseer un gran capital financiero, pero no tenía ningún antecedente en labores de partido ni, por supuesto, en funciones de Gobierno y por los distintos hechos conocidos de su vida, se sabe que, en absoluto, acepta la mínima objeción a sus caprichos.
El resultado de usar a este objeto de consumo electoral fue que, a final de cuentas, el Partido Republicano de Estados Unidos perdió mucha respetabilidad por haber recomendado y avalado a una persona que ha provocado una muy seria división entre su sociedad nacional y ha causado un severo deterioro en la imagen internacional de la nación más poderosa del mundo, por ahora.
Desafortunadamente, en nuestro país tenemos muchos ejemplos del uso de estos objetos de consumo electoral para gobiernos municipales y estatales y dentro de los poderes legislativos estatales y federal que, por su ineficacia y corrupción, además de los daños a la comunidad a la que deberían servir, han provocado la desconfianza y hasta el repudio a los partidos políticos que los recomendaron ante la ciudadanía.
Es importante recordar que el Art 41 Constitucional define a los partidos políticos como «entidades de interés público (…) que tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática, (…) contribuir a la integración de los órganos de representación política, y como organizaciones ciudadanas, hacer posible su acceso al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan (…)».
Y para cumplir con estas atribuciones -que, en realidad, significan una gran responsabilidad para los partidos políticos- el pueblo les otorga un muy generoso financiamiento. ¿Y cuál es esa gran responsabilidad de los partidos políticos? En realidad, son dos: diseñar y construir el país que, según sus «principios, ideas y programas» es el que más conviene a la mayoría nacional y por supuesto, formar a las personas que han de guiar tal diseño y construcción.
Pero, como el disfrute del financiamiento, por parte de los partidos y el monto del mismo depende de los votos recibidos, parece que es más redituable recomendar a gentes con capacidad de «gestión social» aunque sean «candidatos ciudadanos» que preocuparse por formar gobernantes honestos y eficaces, lo cual, a mi juicio, es defraudar a la confianza ciudadana.
¿O tú qué opinas, paciente lector?