Por: Iván Ramírez

Con un andar modesto, comenzó a trabajar mientras afuera de sus oficinas seguían mencionándose nombres para ocupar una silla que ya estaba ocupada o se hablaba del posible elegido de Andrés Manuel cuando éste ya lo había designado.

En Durango, los días y sexenios pasaban con una complaciente corrupción; al parecer teníamos puros buenos funcionarios y pocos reclamaban el derroche de recursos que se daban en las dependencias de Gobierno o algo sobre las casas, ranchos y bodegas llenas de despensas listas para repartirse en campaña, así como programas dirigidos a los más pobres, donde junior’s del fraccionamiento más exclusivo de Durango (así venia la dirección en la credencial de elector), llegaban con carros del año, camisas impecables sin una muestra de sol con sudor y un logo bordado de “sin hambre” para cobrar uno de los cheques.

Ser delegado era sacarse la lotería, más, cuando se trataba de encargarse de salud, el campo o la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT). Donde cargaban hasta con las jeringas y después, por azares del destino, se quemaban las bodegas borrando con esto huellas. Moches tras moches y al final, un suspiro de recursos llegaba al campo o se repartían obras a socios y compadrazgos, donde un centímetro quitado a lo largo de kilómetros, se traducían en millones de pesos embolsados (no hay que dejar de estar atentos).

¿Recuerdan a ese vecino que pedía fiado en la tienda y tras ocupar un cargo de medio pelo, se hizo de propiedades y hasta se cambió de fraccionamiento? ¡De dónde carajos¡ Ese vecino que un día se volvió empresario exitoso, cuando su única gracia era contar chistes y lamer suelas. Y así, podríamos recordar y contar historias de curiosos casos de éxitos donde un puesto en el Gobierno les dio virtudes con las que no nacieron: Hábiles para los negocios, catadores de vino, degustadores de platillos finos y hasta más bonitos de la cara se pusieron (según ellos).

No había tantas quejas o reclamos pues al parecer a la mayoría les chorreaban gotas de erario a parte de su salario. Llegar a un puesto donde ganabas 20 mil pesos al mes, era decir “¡Ni madres! esto me tiene que dar para unos 60 mil mensuales” y así, iban aumentando las expectativas dependiendo del cargo.

Morales Garfias llegó con la indicación de Andrés Manuel López Obrador: “Austeridad y garantizar la entrega de apoyos directos, porque ésa es la mejor forma de responderle a la gente y atacar la corrupción”. Algo que trae consecuencias.

Antes, a los delegados se les atendía en un bonito mantel blanco y se les ponía alfombra roja a donde llegaban, pocas veces se les criticaba y a las esposas e hijos se les buscaba para convivir cual si fueran mejores amigas(os). Ahora, los manteles blancos se han quitado, a la alfombra le avientan tachuelas y a la familia se le menciona para intentar provocarlo, desgastarlo o amedrentarlo a través de redes.

A pesar de esto, la Cuarta Transformación va porque va, y está claro que muchos de los ataques tienen un epicentro donde se maneja poder, dinero y se buscan posiciones políticas para seguir sacándole jugo a Durango. Además, al igual que como pasa con el Presidente, quienes se llenan la boca de Andrés Manuel o se les ha dado la confianza de ser parte de este proyecto a través de un cargo, también han dejado al Delegado solo en esta defensa, lo que los dibuja con una sútil anuencia.