Por: Iván Ramírez

Durango salió y entró a su casa haciendo un recuento de cómo la construyó. Vio su fachada y cada uno de los espacios al interior, su cocina con doble tarja, el patio con asador de tambo y caminito de ladrillo; el sillón reclinable y la pantalla de chorromil pulgadas junto a una imagen de Villa tallada en madera. Durango se sentía orgulloso de su cenicero de alacrán y el mezcal que guardaba en la alacena; sus hijos eran los mejores de la cuadra jugando fut-bol y lo presumía cuando llegaba familia de fuera.

Un día fue a la Ciudad de México pero nunca le hicieron caso. Les dijo ¡SOY DURANGO! la tierra de los alacranes, de Villa, del mezcal, del pasito duranguense y de villas del oeste, pero nada de eso llamo la atención… algo le dolió y se le movió en la cabeza. Fue así que decidió visitar a otros estados y conoció sus casas. Eran enormes con hermosos jardines y grandes cocheras; paredes con trofeos y medallas de torneos nacionales e internacionales ganados por los hijos.

No había calendarios marcados, ni pantallas cubriendo casi la mitad de la sala. Escuchó sus pláticas sobre el presente y el futuro; al pasado lo tocaron de vez en cuando y haciendo referencia a meses atrás, no a décadas o épocas en blanco y negro.

Durango tomó valor y decidió mirarse por primera vez al espejo para enfrentar sus miedos y defectos. Después de un par de horas camino hacia atrás pero sin quitarle los ojos a su reflejo. Respiró profundo y apagó el viejo equipo de sonido en el que escuchaba música que lo transportaba a lugares que ya no existen. Se quitó la ropa y descubrió un cuerpo descuidado con músculos en reposo, volteó hacia el almanaque en la pared donde marcaba con círculos rojos fechas como la quincena, las elecciones, el día en que iniciaba la feria o la Nochebuena.

Cuando dejó de mirar al espejo clavó sus pensamientos con tal fuerza en el suelo que traspasó el cemento, la tierra, la tubería del drenaje y llegó hasta su dignidad. Apretó los labios, levantó la cabeza, guardó el álbum de Durango antiguo junto con el cenicero de alacrán y la figura de Villa; de un respiro alcanzó la alacena, destapó la botella de mezcal y le dio dos tragos que tomaron por sorpresa a una garganta que ni tiempo tuvo de torearlos. Sintió su cuerpo caliente y ganas de gritar, de vomitar la mediocridad que había consumido con apariencia de platillo gourmet.

Durango estaba encabritado por donde ha estado parado y la situación en la que sus hijos están. Se ha golpeado la cara para despertar las ideas y lo primero que ha hecho es  agarrar una cubeta con agua, sal y cal para borrar con brocha de ixtle las siglas de todos los partidos que le habían pedido chance de pintar sus paredes en campaña.

Decidió decir ¡no más! esperar a ver si gana fulano o fulana, ¡no más! tratar como sultanes a emisarios acomplejados, analfabetas políticos con educación a mordidas, huecos emocionales y agujeros en los bolsillos, que nos mandan de la ciudad de México.

Durango empezó a esculcarse para encontrar entre sus prendas quien quisiera dejar de vivir de sueños, de record guinness y de pequeños detalles que magnificamos para sentirnos grandes. Es muy diferente vivir del pasado,  que vivir en él.

En Durango seguimos homenajeando a quien no nos quiso a quien no nos quiere; Durango duerme profundo a pesar que las tripas le suenen fuertemente.