Por: Iván Soto Hernández 

Se dice que el empresario promedio de Durango se ha identificado por décadas con una frase y un cliché que en nada nos han beneficiado, sino todo lo contrario. Así que vale la pena echarles un ojo.

“Bien podrido o bien vendido”, es un dicho popular lapidario, arcaico y conformista. Pero, tristemente, parece muy vigente hasta la fecha, pues hace alusión a la actitud de hacer negocios que caracteriza a muchos de los patrones duranguenses.

La frase se ha acuñado como una crítica a la actitud tacaña del comerciante promedio -sector al que pertenece la mayor parte de nuestra economía desde hace décadas-, ya que este podría preferir que se le pudra su producto o mercancía antes que vender más barato para que genere mayor circulación.

Uno creería, sin embargo, que se trata de un modelo de negocios de generaciones anteriores a la nuestra, pero no es así, porque esa frase, en mayor o menor medida, sigue más vigente que nunca en la mayoría de los empresarios de la actualidad.

El cliché es un poco más genérico, no solo del empresariado, pues hemos crecido con la creencia que nos comportamos como los alacranes cuando están dentro de un recipiente profundo.

La explicación de ese alacranismo social utiliza la metáfora de que estamos todos dentro de un balde o un frasco, y aquel alacrán que se atreve a querer salir del lugar escalando con gran esfuerzo individual las paredes del envase, lo que obtiene es el jalón hacia abajo, de nuevo hacia dentro del recipiente por parte de los demás arácnidos.

Es decir, no salimos adelante porque cuando alguien se la cree que puede lograrlo, los demás lo bajamos a estirones, le recordamos que debe estar abajo y dentro, sometido como el resto, en vez de ser solidarios y hacer cadenas de apoyo para que no solo salga ese que se atreve, sino todos los que también se animen.

En Durango hay mucha gente que prefiere tener el dinero en el colchón o en vasijas como en el pasado, cuando los temores a las constantes guerras y revoluciones obligaban a los pudientes a enterrar su prosperidad en vez de invertirla y generar alternativas de desarrollo.

Sin duda, la frase y el lapidario cliché han escalado y se han taladrado en el subconsciente colectivo hasta convertirse en una idiosincrasia, la cual se repite como si fuera obligatorio honrarla generación tras generación, pese al daño que nos genera vivir en esa división aderezada con envidia.

¿Tenemos que seguir con esos vicios que venimos heredando de nuestros ancestros? ¿No hay manera de que podamos romper esas cadenas que obligan a repetir patrones de conducta tan nocivos como esos?

Pienso que sí, pero no será fácil ni ocurrirá como un acto milagroso. Lo primero es hacer consciencia que somos un colectivo medio tóxico, pero con muchísimas cualidades que debemos aprovechar y entender de los errores para evitárselos a presentes y futuras generaciones. ¿No creen?

Soy Iván Soto, nos vemos diariamente a través de la multiplataforma de En Vivo Durango.

Twitter:@IVANSOTTOH