Por: Cristhian Salazar

Gracias a la instrucción, hay menos analfabetos y más imbéciles… Albert Guinon

Iván Illich fue un feroz crítico de la sociedad industrial, acuño el término “Contraproductividad”, para referirse a que las instituciones creadas por el capitalismo, a la postre terminarían por generar los fines contrarios para los que fueron creadas. Con clarividencia, este filósofo predijo que el tránsito de vehículos terminaría por asfixiar a las ciudades; que la medicina acabaría por colapsar y amenazar la integridad de los pacientes; y que la escuela llegaría a paralizar el conocimiento.

El modelo neoliberal nos ha vendido una educación enlatada, un producto del mercado que responde a la oferta y la demanda, pero que dejó de producir conocimiento, para producir mano de obra barata. El caso de las universidades es más grave, ya que en su mayoría, los maestros están enseñando  las mismas cosas que hace 30 o 40 años y produciendo “doctores” como si fueran enchiladas, con el único fin de alcanzar las metas que les impone una autoridad. Sin embargo, la mayoría de las universidades no producen conocimiento, no publican y no registran patentes, en el mejor de los casos, producen prestadores de servicios o profesionistas que ocupan las plazas de la burocracia.

El caso mexicano es un ejemplo clarísimo de contraproductividad, aunque en nuestro país el gasto educativo es importante, y se encuentra dentro del promedio de los países que integran la OCDE, la mayor parte de ese recurso se destina al gasto corriente. La pandemia reveló la decadencia de este sistema: maestros que no cuentan con las herramientas necesarias para manejar las tecnologías de la información; alumnos que no tienen ni el más básico acceso a internet y una total dependencia a las clases presenciales.

Illich hace una propuesta radical: eliminar la escuela, es decir, desescolarizar a la sociedad y establecer una especie de sistema educativo comunitario, en el cual la educación se convierta, más que en una función pública, en una responsabilidad social que requiere de una gran organización. En una sociedad desescolarizada, todos nos convertimos en transmisores de conocimiento, a través de una bien estructurada organización social que termina con la educación autoritaria que hoy es también sinónimo de control social.

La pandemia ha desescolarizado a la sociedad contra su voluntad. Debemos reconocer además, que la respuesta de las autoridades, al menos en nuestro país, ha sido por lo menos insuficiente para sustituir a la institución escolar, el Estado no ha sido capaz si quiera de desarrollar plataformas digitales gratuitas y funcionales para llevar las clases virtuales, ha dejado toda la responsabilidad a las grandes compañías digitales como Google o Zoom, quienes han sido los “ganones” en este caos y hoy tienen el control del sistema educativo mundial.

La sociedad organizada debe convertirse en la nueva institución instructora. Cada colonia,  barrio, colectivo, sindicato, club o grupo vecinal, debiera convertirse en una escuela. Cada espacio público, adoptando las medidas preventivas pertinentes, debe ser un centro educativo en el que participemos todos.

Por obvias razones, el mundo está pasmado en la tragedia sanitaria que significa el Coronavirus, pero ante la nueva normalidad, debemos también percatarnos de la enorme tragedia educativa que estamos viviendo. Si no tomamos medidas extremas también en este rubro, en pocos años sufriremos los estragos de una juventud sin acceso a una verdadera educación de calidad. Toda una generación está en riesgo.

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