Por: Gilberto Jiménez Carrillo

En un principio se pensó que una auténtica democracia debería servir también para seleccionar a los mejores y a los más virtuosos para velar por los intereses colectivos, es decir, que los partidos políticos deberían tener entre sus funciones elegir a “los más aptos” para presentarlos como candidatos a unas elecciones. De hecho, en otros países (Estados Unidos) u organizaciones de corte supranacional (Comisión Europea) resulta plenamente aceptado que la discrecionalidad del presidente no es total para nombrar los miembros de su Gobierno pues sus candidatos/as deben pasar el correspondiente examen de una Cámara del parlamento, la cual en ocasiones rechaza a la persona propuesta por no resultar idónea para el cargo, sin que nadie se escandalice por ello.

Se olvida que también para llevar nuevas ideas a la práctica con éxito se requiere de gobernantes competentes y que es un derecho de los ciudadanos contar con los mejores dirigentes. Tal vez el problema surge de considerar que es lo mismo “gobernar” que “representar”, pues para esta última función la sola elección de los representados puede y debe bastar. En los últimos tiempos, la mayoría de los partidos seleccionan a sus dirigentes pensando fundamentalmente en fabricar grandes maquinarias electorales para alcanzar el poder, pero no prestan la misma atención a prepararse para ejercer ese poder con rigor o eficacia.

Eso lo dejan, en su caso, para el día después de las elecciones, cuando ya es tarde para recuperar el tiempo perdido y donde se impone el pago de favores o al mero juego de equilibrios. En otras palabras, en el juego electoral tiene más importancia hablar de la pintura del barco, del rumbo de la travesía, de si el capitán sonríe y sabe mantener el buen ambiente entre el pasaje, que si conoce cómo funciona la sala de máquinas y sabe qué hacer en caso de naufragio.

El “arte” de gobernar no es cosa que se improvise y que pueda ejercer cualquiera sino que exige formación, experiencia y capacidades concretas, de manera que dejen de levantar la mano y andar declarando que si el partido me lo pide, que estoy lista, que mi mejor carta es la honestidad y tantas ofertas superfluas y vanas que hacen los que han levantado la mano para declarar que quieren ser gobernadores o gobernadoras de Durango… no están preparados, no tienen a tablas, ni  experiencia, ni roce social,  ni carácter, ni relaciones importantes de elite, ofrecen muy poco por no decir que nada.

Que fácil es decir a lo tonto al tener enfrente un medio de comunicación que aspiran a ser gobernadores, hasta Pascual el Bolero de la plaza de armas puede decir lo mismo. Atendiendo a criterios de competencia profesional y experiencia, miles de duranguenses consideran que hoy por hoy José Ramon Enríquez es el candidato idóneo que Durango necesita para ser gobernador y representarnos. El “arte” de gobernar no es cosa que se improvise y que pueda ejercer cualquiera, sino que exige formación, experiencia y capacidades concretas. De poco o nada vale plantear grandes reformas administrativas o crear una categoría de directivos públicos profesionales si los máximos responsables de los distintos organismos públicos viven al margen de cualquier exigencia de excelencia. Que cada uno saque sus propias conclusiones, pero lo único cierto es que el doctor Enríquez Herrera es el gobernante que Durango necesita.

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