Por: Juan Alberto Esquivel y Cebrián

Como ciudadano me siento obligado a reconocer a dos presidentes de México: Vicente Fox, por establecer la transparencia como mandamiento jurídico y a López Obrador por su empeño declarado en abolir a la corrupción.

El primero decretó una Ley e instituyó dependencias e instancias gubernamentales que, mal que bien, han funcionado y han fortalecido a nuestra incipiente democracia; el segundo, además de sus vehementes declaraciones cotidianas, hasta la fecha ha ejecutado algunas disposiciones que, quizá, fueron de buena fe pero con resultados más caóticos que eficaces.

También y con mucho pesar, he de coincidir con el dicho de un tercer presidente, Peña Nieto, en el sentido de que la corrupción forma ya parte de nuestra cultura nacional.

Cierto es, esta afirmación nos molesta, hasta nos ofende, pero difícilmente podemos refutarla con la conciencia en paz.

¿Quién de nosotros no ha dado «mordida» por evitar una infracción de tránsito, para agilizar algún trámite o para evitar sanciones por no cumplir con alguna norma o ha tenido la fantasía de acceder a algún puesto de importancia oficial, por sus «beneficios» adicionales?, por dar algunos de los muchos posibles ejemplos y «tanto peca el que mata la vaca…»

Y para valorar lo arraigada que está en nuestra sociedad, bástenos repasar las películas mexicanas desde los años 40’s del siglo XX, hasta los actuales videos para tener idea de la imagen que los ciudadanos, tenemos de quienes disfrutan de cargos públicos y de su honestidad y efectivo compromiso con la sociedad a la que dicen servir.

Pero, actualmente, ¿Qué sustenta a ese nuestro presunto rasgo cultural?: ¿La corrupción?

A mi juicio, tres son los puntales sobre los cuales ésta se edifica.

Uno es la impunidad que, desafortunadamente, priva en nuestro sistema de procuración de justicia; otro, la muy alta dependencia que tenemos de las promesas de los políticos en campaña y de los programas que, desde hace décadas se han instituido «para abolir la pobreza»; el tercero es el actual pobre desempeño de los partidos políticos como arquitectos y constructores del país próspero y justo al que aspiramos todos.

Por supuesto, creo que la abolición de la corrupción parte de una atención adecuada a estos factores, antes que revolotear a la opinión pública con efectos mediáticos y revanchas políticas.

Pero dejemos aquí la reflexión y dejémosla para siguientes colaboraciones.